Acero (parte III)

antes de continuar...
anteriormente a ésta existe una primera y segunda parte de la historia. Si no las leíste, no te recomiendo seguir hacia abajo.








En la oscuridad total, tan sólo podían percibir el tremendo frío que les atenazaba, soportando temblores y espasmos, incapaces de evitarlos y sin posibilidad de secar sus empapados uniformes que empezaban ya a cubrirse de una fina capa de escarcha.

Alguien preguntó por la familia. Propuso que cada cual contase cuántos años llevaba casado o si no lo estaba, si tenía hijos, cualquier cosa para mantenerse ocupados. Comenzó a hablar el mismo que había preguntado: estaba casado desde hacía once años y tenía dos hijos, había pasado por varias crisis de las que consiguieron salir con paciencia y ahora estaba tan enamorado como el primer día. Nunca se echa de menos a alguien tanto como cuando miras a la muerte a la cara.
Finalmente, entre lágrimas confesó que debía haberle dicho cuánto la quería. A todos se les encogió el alma pensando lo mismo. Nadie embarca pensando que ese puede ser su último viaje.

El hombre más próximo a Alex se llamaba Andrey Drjuchenko, que se encontraba recostado a su derecha. Andrey también era joven, casi tanto como Alex, e igual de inexperto, pues habían entrado en la marina el mismo año. Ambos exteriorizaban su miedo de igual manera, no les importaba. Juntos habían encontrado la forma de desahogarse hablando. Charlaban en voz baja sobre sus vidas, con la fuerza que les quedaba, mientras escuchaban distantes las voces de los otros pequeños grupos que se habían formado entre aquellos a los que aún no había vencido el sueño final.
Andrey le contaba ahora, entre lágrimas, que le gustaría volver al colegio, ser un crío de nuevo y empezar a vivir otra vez. Volver a ver a su madre al salir; esperar a su padre por la noche para cenar; pelearse con sus hermanos por cualquier cosa; llorar por cualquier vanalidad. La misma conversación y los mismos lamentos que se escuchaban por toda la estancia porque cada uno asumía poco a poco que pasaban las horas y no pintaba nada bien la cosa.
Alex le dejaba hablar sin interrumpir, le escuchaba llorar sabiendo que era el único desahogo que les quedaba a ambos: contar su vida y lamentarse por lo que se perderían en caso de no salir de allí con vida.
Aquello le recordaba a un velatorio, donde al principio todo son lamentos de tragedia, y finalmente conversaciones calmadas y superfluas, cuando se asume que no hay solución.

A unos metros, una voz por encima de las demás daba otra mala noticia: el teniente Sergei Sadilenko no respiraba. Se había dormido, después de quedarse sin fuerzas siquiera para seguir hablando. Ya se habían rendido tres compañeros.

Quiero que esto termine cuanto antes, ¡y pase lo que tenga que pasar!. Gritaban con rabia, resignación o sentimientos cruzados e indescriptibles.

Conforme iba pasando el tiempo, el volumen de las conversaciones disminuía y los silencios eran más prolongados. Andrey hablaba muy débilmente, se callaba en mitad de una frase y varios segundos después continuaba. La voz llegaba a los oídos de Alex distante, borrosa, como cuando te hablan durante una ensoñación. Cuando se daba cuenta de que se dormía sin remedio, abría los ojos cuanto podía, cambiando de postura y moviendo la vista a través de la oscuridad para burlar al sueño de nuevo.

Uno de los compañeros comentaba que había conseguido garabatear, a oscuras, unas notas sobre una libreta que llevaba consigo. Notas que reflejaban la situación y su estado, en las que contaba cuántos habían conseguido sobrevivir y hacia dónde habían logrado escapar tras el desastre. Notas cuyos trazos dejaban ver la decepción.

Ya habían dejado de gritar su nombre por orden, porque cada cierto tiempo, alguien no contestaba, estaban en la recta final de su resistencia, y preferían en un acuerdo tácito, ignorar que estaban muriendo poco a poco.

Alex, que había encontrado un trozo de metal en el suelo, con el que conseguía mantener las manos ocupadas y con algo de movimiento, empezó a garabatear algo, rayando sobre la pared en la que se apoyaba, y a tientas escribió tres fechas: su nacimiento; el día en el que estaban; y su diecisiete cumpleaños, que según decía, había sido el mejor de su vida. Después fue escribiendo poco a poco, ignorando si trazaba correctamente las letras, su nombre y el de sus familiares. De alguna manera quería dejar constancia de que había luchado hasta el último suspiro. Pero no había forma de saber si realmente sería legible algo de lo que había escrito.
Finalmente se volvió a reclinar, y entonces se dio cuenta del casi completo silencio que había, tan sólo roto por algunos débiles susurros, y los ruidos espectrales con los que agonizaba el submarino.
Su compañero ya no hablaba desde hacía rato. Pensó hacer un esfuerzo por acercarse y comprobar si se había dormido, porque tampoco contestaba a sus llamadas, pero no le quedaban fuerzas siquiera para elevar la voz. Ya no sentía frío, de hecho no sentía prácticamente nada, incluso habían cesado los espasmos y a cada segundo que pasaba, se le hacían más pesados los párpados, hasta que el velo de la lobreguez cubrió incluso sus pensamientos.

De repente abrió los ojos y recobró ligeramente la consciencia, en medio de la ensoñación, ignorando que había llegado a dormirse por unos minutos. No oía nada en absoluto, todo su cuerpo permanecía inmóvil, sin obtener respuesta a cualquier impulso voluntario, y esforzándose más de lo que se creyó capaz, consiguió articular algo parecido a una llamada, pero no obtuvo respuesta alguna. Su inmediato pensamiento fue: estoy solo.

Había comprendido definitivamente que estaba más muerto que vivo, que no había salvación posible.
El último entre ciento dieciocho.
Y sintió una terrible angustia, no por estar frente a las puertas de la muerte, sino por tomar una última decisión: cual, y para quién, entre tantos seres a los que amaba, sería su último pensamiento.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
"condenándoles a sentir sin remedio cómo se inundaban sus esperanzas."

k frase tan buena, y no solo literal.

^¿como te sientes cuando se te inundan las esperanzas?

k dificil..


que buen post...

seguire visitandole..ciao
Yurena Guillén ha dicho que…
Cuánto dolor! No sólo queda asumir tu futura muerte sino también escoger tus últimos pensamientos. Muy triste para un muchacho que horas antes se valía de sus mejores recuerdos para afrontar lo que se avecinaba.
Me ha gustado mucho tu relato y la precisión a la hora de escribirlo.
Con tu permiso, te coloco en mis favoritos para no perderte la pista.
Saludos
Anónimo ha dicho que…
Me entro un miedo al saber como murieron estos tipos, y mas el ultimo el que sería el ultimo pensamiento entre todos ellos.
THEbatzuk ha dicho que…
Vaya, excelente relato. Refleja perfectamente la tristeza que debió sentir en sus últimos momentos.
Sara ha dicho que…
Nadie sabe cuáles son los sentimientos de la muerte. Cuáles son los sentimientos que nos trasmite cuando nos persigue y no hay lugar para la esperanza.

Cómo en esos momentos poder decidir a quién recordar en el último momento. Como sentir que seremos recordados por nuestra vida, pero también por la forma en la que nos llegó la muerte.

Cómo intentar pensar en aquellos que ya nunca más podrán dejar de pensar en nosotros???
Mixha Zizek ha dicho que…
es muy trsite el final, por fin pude terminar la historia... pero ahora que ya estas linkeado accederé más rápido a tu blog, y no te perderé...

increíble historia, me gustó ese final
Oscar García ha dicho que…
Muchas gracias tornasol, yurena, humberto, thebatzuk, sara y mixha por haberos molestado en leer la historia.
Me alegro si os ha gustado y os invito por supuesto a volver siempre que queráis porque esta ciudad estará abierta para vosotros.
Un saludo
infeccion ginecologica ha dicho que…
La verda es que es muy profundo, me encanta como escribir, voy a recomendar tu blog en la facultad, me hizo sentir cosas extrañas, ya que todos tenemos miedos, en fin ya volvere a pasar pronto.un saludo!

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