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Las flores azules

Dicen que por intrincado y azaroso que sea el camino, tenemos, siempre, un destino que nos atrae, al que nos dirigimos, que buscamos, y que acabamos encontrando. Sueños sobre sueños, presentes que se entrelazan con pasados y los envuelven; futuros que se construyen con historias. Habían dado el paso hacia lo que tantas veces estuvieron tentados, deseosos pero prudentes; encadenados por sus miedos. Se encontraban en algún lugar, apartado todo, olvidados ellos de cuanto representaba el día anterior y centrados en el presente. En la playlist sonaba una canción. Él apoyaba su cabeza en el pecho de ella, recostados ambos sobre una cama rodeada de decoración rústica. Los tonos ocres y marrones de la madera con que estaba hecho todo se iluminaban tenuemente por los destellos de la lumbre que titilaba al fondo y calentaba sus pies desnudos. Como el resto de sus cuerpos, pegados. No necesitaban nada, pero tapaban con una sábana el epicentro de su desnudez. Ya con las respiracio

El cementerio de la nostalgia

Volvió. Hacía mucho que había dejado de calcular el tiempo que pasaba al otro lado. No le preocupaba ya. Abrió los ojos y esperó hasta adaptar de nuevo su vista al mundo real. Miró alrededor. Nada. Las cosas permanecían igual; acumulando polvo, inmóviles en el mismo lugar donde alguna vez quedaron. Por un momento tuvo la impresión de que los objetos estaban perdiendo color, como si formasen parte de un pasado en blanco y negro. Había silencio, últimamente casi siempre lo había, sin importar la hora. Día y noche un silencio de pérdida, de olvido. Se levantó, estiró un poco las piernas y la espalda, caminó hasta la cocina, bebió algo de agua y se preparó un sándwich. Pronto tendría que volver al supermercado para comprar más comida. Podría pedirlo por internet, pero últimamente eran los únicos minutos en que pisaba la calle, a veces en semanas. Se había convertido en la única conexión que le quedaba con la realidad. ¿Realidad?  Una línea muy difusa separaba ahora el lugar

Desquitar(nos) - Parte IV

Desquitar(nos) - Parte I Desquitar(nos) - Parte II Desquitar(nos) - Parte III Cuando llegó a su pecho le dio un último beso, largo e intenso, después acercó sus labios al oído de ella y le susurró: - ¿Subimos, cariño? - Sí, por favor. Así, a través de la tenue luz que se filtraba desde la calle, caminaron conforme estaban la corta distancia que los separaba del ascensor, pulsó el botón para llamarlo y cuando se abrió la puerta, sin decirse absolutamente nada entraron juntos. Iban agarrados de la mano .  Mientras el ascensor subía se volvieron a juntar frente a frente, las manos de ella por dentro de la camisa de él, que permanecía desabrochada, sintiendo su piel. Las juntó atrás, en su espalda, apoyando las palmas bajo los omóplatos, moviéndolas en una suave caricia y dejando caer a su vez la cabeza en su hombro.  Él la rodeó, abrazándola con fuerza, percibiendo la cálida respiración de ésta en su piel desnuda. La sentía agitada; un latido fuerte y aceler

Gris

Cuando abrió los ojos sintió penetrar en su piel dolorida las punzadas implacables de toda la soledad del mundo, que vagaba libre ocupando el espacio que había descuidado el ser humano y se aprovechaba de las debilidades de todo aquel que decidía dejarse abrazar por sus tentáculos.  Ya no había vuelta atrás, había caído por contagio; formaba parte de la larga fila de fichas de dominó que se fueron alineando voluntariamente para recibir el empujón final. Era abrumador; todo su interior se llenó en un instante de soledad y se sintió tan abatido que perdió cualquier atisbo de ilusión. La transición de un estado a otro fue extremadamente dura; saberse de repente un individuo aislado, vacío; era como caer en un abismo insondable hacia algo indeterminado. Todos al final acababan pasando por lo mismo; se había convertido en una pandemia imparable. La progresión fue geométrica desde que el egoísmo y la desidia fueron enraizando poco a poco  en la mente de las personas, y ellos no hi

Desquitar(nos) - Parte III

Desquitar(nos) - Parte I Desquitar(nos) - Parte II Llegaron a la puerta, introdujo la llave, abrió y la dejó pasar primero, no por cortesía sino por un miedo oculto a que se arrepintiese; la abrazó por la espalda cuando ésta se cerró tras ambos y permanecieron así durante un largo rato, la piel erizada y una determinación inamovible.   Abrazados, en silencio, con la respiración acompasada fueron diluyendo los temores. No había cabida al arrepentimiento; sentían una extraña paz que les iba invadiendo, invitándolos a permanecer así, sin querer mover un sólo músculo. Los envolvió la calidez de una escena muchas veces fantaseada; la urgencia de sentirse necesitados, de tenerse y no saber por dónde empezar. Estaba aferrado a su cuerpo con fuerza, con esa gana que a veces se tiene de querer fundirse, ojos cerrados y la mente volando desbocada. Con una mano agarró la de ella, con la otra le apartó el pelo y la besó en el cuello, un beso suave al principio; luego otro, y otro

Desquitar(nos) - Parte II

Desquitar(nos) - Parte I Su sentido del olfato se sumergió en el aroma del café caliente y humeante que había sobre la mesa, aún sin tocar. Sentados, uno frente al otro se miraban tímidos, sonrientes, cohibidos por la realidad de su presencia física; incrédulos aún por estar ahí mirándose por fin, aunque solo fuese eso, mirarse a los ojos. El mundo alrededor había dejado de existir, y ellos se habían convertido en dos maniquís que formaban parte del decorado de una escena que hasta ese momento solo había existido en su imaginación; unas breves pinceladas en las que permanecían observándose mutuamente sin necesidad de hablar porque se lo habían dicho todo ya. Sólo ellos conocían su situación; sólo ellos sabían de las vicisitudes del tiempo y sus propias tribulaciones. Hay veces en que la realidad se escribe con las mismas palabras con que una vez se narró una fantasía, y ocurre que durante un instante se confunde una con otra. Se miraban, sonreían, trataban de articular algu

Desquitar(nos)

Apoyó la cabeza en la almohada, tumbado, casi sin respirar, y observando la sinuosidad de sus curvas se preguntó por qué es tan extraña a veces la mente humana. Siempre, durante todos los años que la conocía había pensado que la atracción que sentía por ella era puramente sexual. Despertaba su libido hasta límites insospechados; le hacía imaginar situaciones de todo tipo cuyo final era todas las veces el mismo: una explosión descontrolada de espasmos musculares concentrados en el centro de todos sus deseos. Y su imaginación iba muy lejos. Aunque repitiese el final, siempre cogía distintos caminos. Lo extraño al principio es que nunca se hubiera imaginado la situación que tenía ahora ante sí como algo real. Nunca por las circunstancias, suyas y de ella; y porque siempre la vio inalcanzable. Y sin embargo, giros del destino ahí estaba, tumbada en su cama, completamente desnuda, ligeramente ladeada; piel bronceada, suave, con el contorno del bikini ligeramente marcado en un tono

Recuerdos y abrazos

Lo primero que le vino a la mente mientras se apagaba, en los últimos resquicios de vida que aún le quedaban, fue un reproche por no haber cumplido con todas las cosas que se había prometido. Más que promesas lo que tenía era una especie de lista mental en la que iba anotando todas las tareas pendientes, esos compromisos que todos tenemos con nuestra propia conciencia para movernos por un objetivo al que aspirar. Muchas de esas cosas eran aspiraciones cotidianas que fue dejando para después, confiado en una larga vida que le ofreciese tiempo y oportunidades; sin prisa. Segundos antes estaba con su quehacer cotidiano, ajeno a que las desgracias vienen cuando uno menos lo espera truncando sin previo aviso el caminar que nos lleva por la senda que nos gustaría. No lo vio venir porque venía de dentro, no percibió nada hasta el preciso instante en que ocurrió haciéndole torcer el gesto y perder las fuerzas. Al principio sintió un extraño bloqueo, sensación de hormigueo, la impresión

De palabras y anhelos

Por cada palabra escrita se leían mutuamente los pensamientos callados. Cada frase formada de expresiones y anhelos ponía en su cabeza una pizarra en la que trazaban con un orden distinto todos los sentimientos no expresados. Habían construido su propio lenguaje con el que decir tácitamente todas aquellas cosas que nunca pudieron contarse mirándose a los ojos, porque la única forma que tuvieron de estar uno frente al otro fue a través de las palabras que se escribían. Él la tuvo presente todos los días, y los días pasaban lentamente por su ausencia. Se amontonaban uno tras otro haciéndole cargar con el peso de cada sentimiento guardado y con la incertidumbre que va erosionando la distancia y el tiempo. Ella quería salir corriendo en busca del destino que ansiaba su corazón, sin mirar atrás, sin querer pensar que todo camino tiene piedras, y que algunos están cortados por abismos. Todos los días se conformaba con escribir para aplacar su impaciencia y derramar lentamente la pas
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