Acero (parte II)

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anteriormente a ésta existe una primera parte de la historia. Si no las leíste, no te recomiendo seguir hacia abajo.







Una enorme explosión, que sorprendió a todos desprevenidos, fue la causa de todo. En un instante, el submarino se había convertido en un caos: humo, agua, gritos, personas corriendo de un lado a otro, alarmas, cortes de luz. Pero nadie sabía con exactitud qué había ocurrido. No hubo tiempo para solventar el problema; las comunicaciones quedaron inutilizables inmediatamente; parte de la tripulación había dejado de responder a las llamadas de sus compañeros o superiores; los paneles de mando no funcionaban, y mientras descendían sin control notaban cómo se escoraban perdiendo el equilibrio, golpeándose con todo, desorientados, confundidos, sin saber siquiera qué tenían que hacer.
Unos gritos desesperados repitieron en vano que se echara aire al compartimiento central y sellaran compuertas, pero se cortaron en seco y no volvieron a escucharse más.

En cuestión de segundos la mayoría de los supervivientes había renunciado a su puesto y corrían desesperadamente hacia un lugar seguro, a pesar de que el estatuto naval y el código de honor de los marineros rusos lo prohíbe taxativamente, obligando a permanecer en su puesto para intentar impedir la propagación de la catástrofe, aún a costa de su vida: muchos lo tenían claro y perecieron en el intento; otros, simplemente no lo consiguieron.

El submarino nuclear Kursk tenía una tripulación de ciento dieciocho personas en ese momento. Alex, cuyo nombre completo era Alexey Borkin, contaba tan sólo diecinueve años y llevaba poco tiempo en la marina, de manera que no tenía mucha confianza con el resto de compañeros, excepto Nikolai Pavlov, de veinte años. Eran amigos desde el primer momento en que habían decidido alistarse juntos. Al principio fue una alegría para ambos estar destinados al mismo lugar, se sentirían más cómodos sabiendo que se tenían mutuamente para cualquier problema en un lugar prácticamente desconocido para ellos.

En el momento de la explosión y tras el desconcierto inicial, Alex pensó en su amigo, lo buscó con la mirada y lo llamó, pero no recibió respuesta; lo mismo hizo Nikolai, que se encontraba en otro compartimiento.
No se volverían a ver.
Todos los que poco después hallaron inútiles sus esfuerzos, se fueron trasladando como podían hacia donde veían el camino despejado y la estancia segura. El pánico se había apoderado definitivamente de la voluntad, los objetos que caían sin cesar golpeaban por todos lados, el silbido del agua penetrando por las grietas hizo que se cerrasen muchas compuertas aún quedando gente dentro, condenándoles a sentir sin remedio cómo se inundaban sus esperanzas.
Finalmente un tremendo golpe estremeció todo el submarino: habían chocado contra el fondo, a más de cien metros de profundidad.
Y después silencio.

El compartimiento número nueve quedó sellado con los veintitrés marineros que lograron llegar. Alex comenzó a gritar el nombre de su amigo entre los pocos que estaban allí, pero desistió consternado al no recibir respuesta, recostándose donde pudo para llorar sin pundonor la muerte de Nikolai y el resto de sus compañeros.

Así pasaron los minutos, entre llantos y preguntas confusas intentando averiguar qué había sucedido, golpeando el casco y buscando la salida que había en ese compartimiento, una de las tres con las que se dotó al submarino para casos de emergencia. Pero todos estos esfuerzos fueron vanos, ya que las explosiones, el golpe contra el fondo y la presión del agua, hacían imposible su apertura de forma manual.

Ahora, varias horas después, se notaba la fatiga demasiado para seguir luchando contra un armazón de acero diseñado para resistir. Habían perdido toda esperanza de salvarse por sí solos, pero no de que fuesen salvados. Y en ello estaban.
Los más veteranos, mejor preparados psicológicamente, no dejaban de hablar infundiendo palabras de ánimo. Sus voces serenas y seguras hacían sentir mejor al resto, pero no conseguían borrar la angustia que podían palpar en el ambiente; en la respiración; la inquietud; los sollozos. Alex las escuchaba distante, absorto en sus pensamientos y peleando con esa parte pesimista, que le recordaba a cada instante dónde estaba.

Habían ideado una forma de saber que todos seguían despiertos. Cada pocos minutos, uno a uno, por orden de edad, gritaba su nombre y golpeaba el objeto que más cerca tuviese, intentando no caer en un sueño de hielo, del que posiblemente no despertarían. Así se mantenían alerta para saber cuándo les tocaba, elevaban la voz para despejarse y golpeaban con más o menos fuerza, con el fin de no permanecer inmóviles.
No había heridos de gravedad, pero aún así, dos de ellos dejaron de contestar durante las tres primeras horas, sin que sirviesen de nada los esfuerzos por reanimar sus cuerpos congelados; e inevitablemente se volvían a preguntar con angustia cuándo serían rescatados o cuántos sobrevivirían.

A esa hora, la situación de emergencia se había activado en el gobierno ruso, pero también el secretismo sobre lo ocurrido.

Resultaba complicado decir que no era posible rescatar a la tripulación con vida, porque los avances tecnológicos no van al mismo ritmo para salvar que para destruir.

continúa en acero (parte III)

Comentarios

Marcela ha dicho que…
¡Qué historia más dura! Que destino triste el de esos hombres.
Y que bien contada que está, aunque con temas así me da casi vergüenza notar eso. Pero lo noto.
Espero lo que sigue.
Saludos.
THEbatzuk ha dicho que…
¡Otra vez me dejas en suspenso!, espero que la tercera parte llegue pronto.

Y por cierto, te quedó muy bien el nuevo diseño. Y gracias por el enlace.
Mixha Zizek ha dicho que…
más suspenso , tu historia es una aventura increíble Oscar, me voy a la tercera mañana para leerla con tranquilidad me encantará leertela, un beso grande


quiero saber que pasará con la tripulación, y no corras tanto con los episodios dame tiempo a leerlos, muy bueno
Yurena Guillén ha dicho que…
Pues creo que me he enganchado a esta historia. Necesito saber qué ha sucedido con Alex. Y me quedo con ese final: ..." porque los avances tecnológicos no van al mismo ritmo para salvar que para destruir".

Sigo leyendo.
Anónimo ha dicho que…
Muy buena, me está encantando la mezcla de miedo y resignación. ya se que no esl tema principal del relato, pero estaría bien que hicieras un poco de hincapie en el apartado técnico de un submarino, que pasa cuando se unde, cuando la presión aumenta de forma brusca, etc... y así nos ilustras un poco también jeje.

Sigue así, esto pinta cada vez mejor y enhorabuena por el diseño nuevo.
Anónimo ha dicho que…
¡Toma ya ese "unde"! jajajaja
Oscar García ha dicho que…
Ciertamente la historia está basada en lo que realmente sucedió en el año 2000 con el submarino Kursk, así que sabiendo cómo acabaron los pobres, he tratado de plasmar la angustia de esos últimos momentos, por eso es una historia tan dura.
Respecto del comentario de Overload, me estuve documentando sobre el suceso, las personas que murieron, compartimentos, etc, pero tampoco he querido profundizar en datos técnicos sobre el submarino porque quería hacer más incapié en la historia humana, la tragedia en sí. "Unde", jeje, son gajes del oficio, yo a veces tengo faltas de las que me doy cuenta semanas después.

Gracias a todos por visitarme, espero que volváis porque esto seguirá adelante.

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