Recuerdos y abrazos

Lo primero que le vino a la mente mientras se apagaba, en los últimos resquicios de vida que aún le quedaban, fue un reproche por no haber cumplido con todas las cosas que se había prometido.
Más que promesas lo que tenía era una especie de lista mental en la que iba anotando todas las tareas pendientes, esos compromisos que todos tenemos con nuestra propia conciencia para movernos por un objetivo al que aspirar. Muchas de esas cosas eran aspiraciones cotidianas que fue dejando para después, confiado en una larga vida que le ofreciese tiempo y oportunidades; sin prisa.

Segundos antes estaba con su quehacer cotidiano, ajeno a que las desgracias vienen cuando uno menos lo espera truncando sin previo aviso el caminar que nos lleva por la senda que nos gustaría. No lo vio venir porque venía de dentro, no percibió nada hasta el preciso instante en que ocurrió haciéndole torcer el gesto y perder las fuerzas. Al principio sintió un extraño bloqueo, sensación de hormigueo, la impresión de que subían repentinamente la intensidad de las luces hasta cegarlo, sudor frío, mucho miedo, el rostro como si se le arrugase, como si de repente empezase a derretirse; la respiración se le agitó repentinamente, sobre todo por el pánico que lo invadió; ¿qué me pasa?; terror absoluto. Cayó al suelo tal cual estaba de forma aparatosa, en el pasillo de perfumería e higiene del supermercado habitual sin siquiera darle tiempo a inclinarse para coger la pasta de dientes. Quedó tumbado de lado sintiendo cómo caía en un pozo, sin posibilidad de mover un sólo músculo y la visión borrosa, gelatinosa. Después se fue cerrando el círculo oscuro frente a él justo al tiempo en que veía acercarse a alguien corriendo y fue cuando le vino el reproche.

Se acordó, después se preguntaba por qué en aquel preciso momento, de un texto que siempre le había gustado mucho, que circulaba por Internet titulado "Poema la Marioneta", de Johnny Welch, cuyo contenido se le había quedado grabado hacía tiempo. Cayó hasta una profundidad indeterminada y después se quedó como flotando en la oscuridad, sin ver, sin sentir, solamente con sus pensamientos, o más bien, sus recuerdos, esos que según dicen pasan por delante de ti en los últimos instantes. Sin embargo todo estaba en calma, no había dolor aunque sí cierta angustia; y sucediéndose una retahíla de auto reproches ante la certidumbre de que se marchaba de este mundo sin poder hacer todas aquellas cosas.

Más tarde, sin variar mucho ese limbo de semi existencia fue recuperando cierto estado de realidad. Empezó a oír voces primero, distantes, cuyo sonido llegaba monótono hasta él; luego ya fue distinguiendo palabras poco a poco hasta entender perfectamente lo que se hablaba a su alrededor. Fue así como intuyó que estaba en algún hospital. Le hablaban, trataban de llamar su atención y él los escuchaba, pero era incapaz de hacer nada para que supieran que estaba ahí, consciente. No estaba muerto, pero tampoco vivo y eso lo angustiaba aún más, le hacía hundirse en la desesperación; quería mover algo con todas sus fuerzas pero su cerebro no enviaba el impulso necesario hacia ningún lugar de su cuerpo, y sin embargo funcionaba; podía pensar, algo embotado pero con cierta claridad, y escuchaba.
Al parecer alguien se dio cuenta de algo, ¿sería que su angustia se reflejaba en las constantes monitorizadas? Escuchó voces algo más apresuradas y después silencio. Se habían marchado, o había perdido repentinamente su único sentido.
De nuevo las voces, esta vez a él, que lo trataban de tranquilizar haciéndole saber que eran conscientes de que los escuchaba, y su angustia aumentó por la impotencia de no poder responder.

Después de cierto tiempo le invadió una repentina luz que lo cegó, parecida a la que lo inundó en el momento en que cayó inconsciente, y sintió la humedad de las lágrimas que se formaban en sus ojos por el deslumbramiento. Se preguntó qué habría pasado con su compra, y si alguien estaría cuidando sus plantas. Luces y borrones, visión gelatinosa otra vez y cierta alegría amarga; seguía sin poder mover nada excepto ahora los párpados. Pensó que al menos así tendría una forma de comunicarse, de ver quién había ahí con él, de tranquilizarse con las caras conocidas y aplacar el desasosiego que había sentido durante no sabía cuanto tiempo.

Finalmente, tras recuperar la vista y volver a asomarse al mundo de los vivos recibió la cruel noticia de que en caso de que pudiese recuperar un mínimo de movilidad, sería un proceso muy lento, todo dicho de forma muy paulatina y suavizada, supuso que para no causarle otra embolia. Se acordó, qué curiosa es la mente, de los astronautas de cine en cuyos viajes la línea espacio-temporal transcurre mucho más lenta, y para cuando vuelven, todos a su alrededor han envejecido, o no están ya. También le habían informado, antes, de la razón por la que le había ocurrido aquello. Un coágulo en su torrente sanguíneo aparentemente sano terminó en alguna parte de su cerebro. A sus treinta y tantos, deportista, activo, relativamente sano. No había mucho más donde profundizar, sólo que su estado actual era un milagro, y que parpadease dos veces si había comprendido, como cada vez que le hablaban.

Y volvió, con una fuerza despiadada se presentó en su mente aquel reproche del primer momento para machacar su dolida conciencia; para recordarle que las cosas importantes no se dejan. Y lo que más le dolió no fue pensar en proyectos futuros ilusionantes, viajes que tenía planeados o la compra del coche que le gustaba. Lo que más le atormentaba fue no poder recordar la última vez que hizo cosas a las que días antes apenas daba importancia, porque siempre se está a tiempo.
Trató de recordar el último abrazo que había dado a sus hermanos, el último beso a sus padres o si alguna vez les había dicho te quiero. Se exprimió la mente sin conseguir ese recuerdo, que ya no podría tener nunca.
Sonaron en su interior las notas de la canción "Aquellas cosas que solíamos hacer", su estribillo pegadizo y con mensaje. Se vio caminando de nuevo para quedar por última vez con los amigos que hacía años había dejado de lado y levantar una cerveza juntos.
Caminó de nuevo después de tanto tiempo por el monte respirando la mañana y dejándose deslumbrar por la primera luz del sol mientras llenaba los pulmones de vida.
Se zambulló en la piscina dejándose arrastrar por sus sobrinos, y volvió a disfrutar de su risa.
Volvió también a dar las gracias una y mil veces sólo para ver la sonrisa en la cara de las personas; valoró cada segundo de su existencia, cada gesto, el momento de cada fotografía recordada.

"A los hombres les probaría cuán equivocados están, al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse..."
Se acordó de ella, de su mirada, de su cara, de su sonrisa. Música, Runaway train, de Soul Asylum. Pensó que tal vez no supiese siquiera dónde estaba él, qué le había ocurrido, y sobre todo pensó que ya nunca podría verla. La imaginó enfadada con él por haber desaparecido de repente, por haber dejado de escribirle sin más. Y pensó en ese abrazo. Volvió a sentir los ojos inundados de lágrimas; los cerró para que nadie le viese llorar. Si hubiera podido habría girado el cuello para que quienes sabía ahí con él no pudiesen mirarle a los ojos, verlos llenos de lágrimas.
Se imaginó abrazándola, un abrazo de esos interminables, de los que también curan los dolores de cabeza.
Cerró los ojos y se quedó ahí, regodeándose de sus propios reproches; disfrutando entre lágrimas de ese abrazo que aún no terminaba porque no quería que terminase jamás, porque sabía que cuando volviese a abrir los ojos tendría que asumir que ya no era posible.

Se prometió, quizá tarde ya, que no reprocharía nada a nadie, que no volvería a tener una mala cara sin razones suficientes, que cambiaría prejuicios por juicios positivos, y pediría perdón por cada arrebato de orgullo. Quizá tarde ya; pero hizo borrón y elaboró una nueva lista de promesas, esta vez sí, promesas, para cuando volviese de su viaje y todos hubieran envejecido; para compensar todo aquello que había pospuesto porque siempre había tiempo hasta que éste se agotó de repente, y que no permitiría dejar escapar nunca más una oportunidad de rozar la felicidad, por efímera que ésta fuese.
Abrió los ojos y miró fijamente a la luz sin parpadear, implorando no sabía a qué o quién tener esa oportunidad, esa que todos tienen pero desaprovechan, y el tren, al final se acaba marchando.

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