La pequeña Laila
Laila tuvo una infancia de arcilla y una juventud de barro.
Laila nació en una casa rota como el salvoconducto de un matrimonio extinto; pero no fue suficiente para los gorilas del rencor y en lugar de salvar, se quedó fuera, a la intemperie de un cariño usado como arma arrojadiza; en medio del camino entre cuchillos y serpientes.
Su tierna edad era incapaz de discernir quién era el bueno o el malo, pero ya se encargaba cada uno de explicárselo cuando el otro no miraba.
Laila tuvo que ver entre lágrimas cómo las lágrimas de su madre se mezclaban con gritos e insultos; cómo los sollozos de su padre rezumaban odio y arrepentimiento a partes iguales.
Durante los primeros años de vida conoció en persona el verdadero rostro de la condición humana; vivió el egoísmo arrebatador de todo cuanto creían suyo sus padres, sin tener en cuenta que ella valía mucho más que un tiro en la nuca a los dos y fin del juego.
Pero los disparos sólo dañaban el interior de sus almas volviéndolas negras y mezquinas; haciendo rebotar en ella misma los excrementos de sus disputas.
Laila fue moldeada con manos encalladas, en un toma y daca de descréditos por parte de uno y otro, sobre un torno que giraba cada día en un sentido.
Al acabar su infancia seguía tan perdida como cuando fue engendrada en un acto de sexo por compasión pero sin amor; con un padre distante que se negaba a saber de ella y una madre que viajaba de flor en flor en busca de una felicidad que nunca encontraría; que compró una tele y la puso en la habitación de su hija para que se encerrase mientras ella buscaba y buscaba cada noche a golpe de cabecero de cama contra la pared que las separaba.
El día que Laila perdió la virginidad le dijo a su novio de dos semanas que follaba como el culo, y lo mandó a tomar viendo para buscar alguien con más años y más centímetros. Cuando lo encontró, el sexo le supo mejor y se convenció definitivamente de que el anterior era un torpe.
Con trece años nadie le había enseñado que el dolor de la primera vez es normal.
Para ella nada en la vida era especial; las cosas venían y las cogía, las devoraba sin contemplaciones, como las pastillas que le ofrecían en los antros a los que acudía pintada de chica mayor con amigos mayores.
Bailaba hasta el amanecer igual que un títere manejado por las cuerdas de la coca y el alcohol; volviendo a una casa con notas amarillas en el frigorífico, que únicamente decían: prepárate tú la comida.
A Laila sólo la llamaban así sus amigos, porque en los albores de su juventud quiso olvidar todo cuanto le recordaba que había sido criada como los perros, así que cambió de nombre y se largó de casa sin recibir un triste o arrepentido adiós; pero se olvidó de algo importante, cambiar de vida.
Su adolescencia pasó dejando pocos recuerdos y muchas marcas. A los veinte años, su cara reflejaba el desgaste de más de treinta, y su cerebro llegó a la conclusión de que sólo había una forma de ganar dinero para seguir con la vida que irónicamente le gustaba.
Años habían pasado desde que empezase a dejarse follar a cambio de dos rayas de coca; ahora no era tan estúpida, tenía claro que su cuerpo valía dinero y no droga, después ya lo gastaría en lo que quisera.
Cuando se quedó embarazada por segunda vez, tuvo que pagarse de nuevo el aborto, pero esta vez no necesitó buscar a alguien de confianza y mayor de edad para que la ayudase.
Ahora el padre de Laila vive con una mujer a la que conoció hace unos años y trabaja para dar de comer a los dos hijos de ésta, que no suyos; su madre sigue volando sobre edredones, queriendo ocultarse el fracaso que ha sido su vida; ambos viven con el recuerdo de lo que fueron sus vidas juntos enterrado bajo toneladas de la desidia que fue y la indiferencia que es.
Mientras tanto, el joven cuerpo de Laila es sacado del maletero de un coche para tirarlo a la cuneta de una carretera tan perdida como lo fué su propia vida.
Laila nació en una casa rota como el salvoconducto de un matrimonio extinto; pero no fue suficiente para los gorilas del rencor y en lugar de salvar, se quedó fuera, a la intemperie de un cariño usado como arma arrojadiza; en medio del camino entre cuchillos y serpientes.
Su tierna edad era incapaz de discernir quién era el bueno o el malo, pero ya se encargaba cada uno de explicárselo cuando el otro no miraba.
Laila tuvo que ver entre lágrimas cómo las lágrimas de su madre se mezclaban con gritos e insultos; cómo los sollozos de su padre rezumaban odio y arrepentimiento a partes iguales.
Durante los primeros años de vida conoció en persona el verdadero rostro de la condición humana; vivió el egoísmo arrebatador de todo cuanto creían suyo sus padres, sin tener en cuenta que ella valía mucho más que un tiro en la nuca a los dos y fin del juego.
Pero los disparos sólo dañaban el interior de sus almas volviéndolas negras y mezquinas; haciendo rebotar en ella misma los excrementos de sus disputas.
Laila fue moldeada con manos encalladas, en un toma y daca de descréditos por parte de uno y otro, sobre un torno que giraba cada día en un sentido.
Al acabar su infancia seguía tan perdida como cuando fue engendrada en un acto de sexo por compasión pero sin amor; con un padre distante que se negaba a saber de ella y una madre que viajaba de flor en flor en busca de una felicidad que nunca encontraría; que compró una tele y la puso en la habitación de su hija para que se encerrase mientras ella buscaba y buscaba cada noche a golpe de cabecero de cama contra la pared que las separaba.
El día que Laila perdió la virginidad le dijo a su novio de dos semanas que follaba como el culo, y lo mandó a tomar viendo para buscar alguien con más años y más centímetros. Cuando lo encontró, el sexo le supo mejor y se convenció definitivamente de que el anterior era un torpe.
Con trece años nadie le había enseñado que el dolor de la primera vez es normal.
Para ella nada en la vida era especial; las cosas venían y las cogía, las devoraba sin contemplaciones, como las pastillas que le ofrecían en los antros a los que acudía pintada de chica mayor con amigos mayores.
Bailaba hasta el amanecer igual que un títere manejado por las cuerdas de la coca y el alcohol; volviendo a una casa con notas amarillas en el frigorífico, que únicamente decían: prepárate tú la comida.
A Laila sólo la llamaban así sus amigos, porque en los albores de su juventud quiso olvidar todo cuanto le recordaba que había sido criada como los perros, así que cambió de nombre y se largó de casa sin recibir un triste o arrepentido adiós; pero se olvidó de algo importante, cambiar de vida.
Su adolescencia pasó dejando pocos recuerdos y muchas marcas. A los veinte años, su cara reflejaba el desgaste de más de treinta, y su cerebro llegó a la conclusión de que sólo había una forma de ganar dinero para seguir con la vida que irónicamente le gustaba.
Años habían pasado desde que empezase a dejarse follar a cambio de dos rayas de coca; ahora no era tan estúpida, tenía claro que su cuerpo valía dinero y no droga, después ya lo gastaría en lo que quisera.
Cuando se quedó embarazada por segunda vez, tuvo que pagarse de nuevo el aborto, pero esta vez no necesitó buscar a alguien de confianza y mayor de edad para que la ayudase.
Ahora el padre de Laila vive con una mujer a la que conoció hace unos años y trabaja para dar de comer a los dos hijos de ésta, que no suyos; su madre sigue volando sobre edredones, queriendo ocultarse el fracaso que ha sido su vida; ambos viven con el recuerdo de lo que fueron sus vidas juntos enterrado bajo toneladas de la desidia que fue y la indiferencia que es.
Mientras tanto, el joven cuerpo de Laila es sacado del maletero de un coche para tirarlo a la cuneta de una carretera tan perdida como lo fué su propia vida.
Comentarios
Muchos besos.
La verdad es que tienes una forma de contar las cosas que no sé, hay un no-sé-qué que te hace vivir la historia.
Hay muchas Lailas, hay muchos que eligen lo que se supone es un camino fácil, pero que lo que hacen es dejarse caer en vez de levantarse... eso, si se hace a solas cuesta más pero no es imposible!
La niñez nos marca pero no tiene por qué determinarnos: todo es cuestión de querer evolucionar.
Un beso y buen finde, niño.
Un besito.
Sus padres le destrozan la vida, por egoístas, sin pensar que el fracaso es de ellos y que la "lailas" son víctimas indefensas de unos adultos que las manejan como títers...
Uff! Un día también te cuento otra historia o la escribo; aquí resultaría muy larga...
Me encanta como escribes, me llevas al mundo del relato, consigues que lo sienta real; enhorabuena!! Besitos
Hay vidas de cucarachas que merece la pena contar, que no vivir...
Besicos
Un final impactante, como tantos finales de chicas como ella..
Y bue, sí, camsetas blancas..tan complicada y simple la historia..
Te mando bsitos con copos de nieve y me retiro a dormir, que volver a madrugar sí que supone la cuesta de enero..
Un beso!!
Sé que la vida es muy dura para muchas Lailas,pero lo has reflejado como lo es en realidad, sin dejar resquicio alguno para la imaginación inútil de salvarla de las fauces del desatino...
Ufff
Creo que algunos padres deberían divorciarse,ser sensatos y sobre todo humanos...
Besos
Me gustan este tipo de entradas comprometidas. Ya te lo había dicho antes. Besos.
Besitos de todos modos.
Muy bueno el relato.
Saludos.
Besos
Puedo volver ??
Un café??
Exactamenteme Ayla, cuando lo único que conocen es eso, no tienen otra opción.
Chica maravilla, cuando las cosas están así, es dificil evolucionar aunque quieras.
Pobres, Ana, es una lástima.
Reina, la mayoría de las veces es culpa de los padres egoístas.
Aunque espante, a veces la realidad no abre los ojos Despe.
Belén, no quisiera estar en la piel de estas personas.
Gracias Cristicienta. La cuesta de enero se nos presenta de muchas formas jeje.
Jezabel, depende de lo adversos que sean los ingredientes.
Marinel hay ciertos destinos para los que no hay salvación.
Moni a veces toca : /
Gracias Yurena, creo que todos conocemos algún caso, y lo frustrante es no poder hacer nada a veces.
Otro para ti Cris.
Marcela efectivamente es posible escapar, pero difícil, muy difícil.
A veces solo nos queda llorar la impotencia, Perdida
Inkilina tienes las puertas abiertas cada vez que quieras venir. Me tomaré un café encantado en tu ático ; )
Un Beso
un beso
besos.
Un placer descubrirte y seguiré haciendolo!
Recibe un relajante abrazo!
buen relato.
saludos!
Un besazo!
Te dejo un abrazo hasta mi regreso .. Un gusto conocerte ;)
Un enorme beso.
besitooossss
Un escrito intenso, como te caracteriza.
Un beso Oscar
Besos borrascosos
Triste, dura y real!
Contarlo: todo un acierto.
Besos...
Gracias, de verdad. Lo comenté algún día, estoy bastante curtida en concursos literarios y nunca gana el mejor (y si hubiese ganado yo, lo mantendría) la verdad es que pensaba que tu eras uno de mis mayores competidores pero bueno..ny nos seguirá esperando no?
Un besaoz!
Muchísima, pero no solo eso, también hay que tener ayuda Rosa.
Beatriz ya sabes que aquí tendrás un rincón para distraerte cuando quieras. Gracias por tu visita.
Gracias Tornasol
Gracias por tu visita Isis, te espero de nuevo por aquí.
Lobito, una vida que no merece la pena vivir.
Rakel yo también espero que no tardes mucho en volver.
Marta, gracias, es todo un honor que me considerases entre tus favoritos. Nos vemos por los blogs :p
Lucina, gracias por tus palabras.
La vida es cruel en muchos sentidos por desgracia Borrasca.
Lasosita, lo has definido genial, si no te enseñan a querer, como te vas a querer a tí mismo?
Nebulina, me alegro de que me tuvieras por un serio competidor, jeje. Pero es como dices, yo también estoy curtido en los concursos y suele pasar eso.
M. Cruz, muchas gracias : )
Será que estoy especialmente sensibilizada con este tema (ayer leía en la prensa sobre el caso de la niña en estado de coma a causa de los malos tratos de sus padres) y la reflexión es obligada:
¿Que fuerza humana o divina nos da derecho a destrozar la vida y mente de nuestros hijos?
¿Que pena es la correcta y adecuada para tales hechos?.
Porque la consecuencia del poco cuidado de ciertos padres a la hora de educar a sus hijos es tal cual la has descrito aquí.
Persona que no saben que corazas construir para protegerse del mundo tan extremadamente puñetero que nos ha tocado vivir.
Es triste, muy triste el fondo de esta historia, sobre todo porque esta situación se produce muchas más veces de las que nuestros acomodados ojos están dispuesta a ver.
Gracias por contarlo aquí Oscar.
Un besito.
Y siento lastima por ellas, porque sin saberlo entran en un circulo del que es imposible salir, imposible escapar.
Pobre Laila.
Gran pregunta