Melodías (parte I)

Aquel que estaba antes. 

Aquel que ocupaba sus pensamientos.

Fue sincera. Leal consigo misma porque de lo contrario, la imagen que le hubiera devuelto el espejo al mirarse habría sido distorsionada, como los miles de reflejos incompletos que devuelve un cristal roto en mil pedazos.


Las huellas de sus dedos quedaban marcadas, invisibles en las teclas del piano.

Cada surco era una nota dirigida hacia quien pensaba al tocarlas, con una cuidada delicadeza, como una suave caricia. Apenas rozaba el marfil lo suficiente para arrancar un sonido cargado de miles de connotaciones, con el firme objetivo de penetrar en los oídos y el corazón de su destinatario secreto.

Las palabras no vienen fáciles, pero la reverberación de una melodía interpretada con el alma puede resquebrajar los muros más sólidos, ablandar el caparazón de corazones mal curados y hacer caer el manto de cualquier miedo que esté nublando la mirada y la visión de un futuro que siempre es posible.


Aprendía de uno, pero ella pensaba en otro.


No podía evitarlo aunque lo intentaba. La mente manda, se decía, pero gobernaba su corazón.

El piano era el objeto de sus sentimientos, el transmisor de su desasosiego.

Y en cada nuevo intento le enviaba por email el resultado. Un clip de sonido tan significativo como una carta de amor. Lo enviaba como quien enseña un dibujo esperando una apreciación, pero con la intención acallada de expresar algo mucho más profundo, y que él comprendiera.

Ti amo, primero en SOL, después en DO. La primera más contundente; la segunda más melódica, más dulce; ambas con todo su empeño y cariño. Enviaba sus pensamientos fragmentados con la esperanza de que él los compusiera y, juntos, desde la distancia y el tiempo formaran la banda sonora de su historia.

La dulzura de sus movimientos se transmitía a las teclas, éstas vibraban con un cariño que se desbordaba hasta ocupar cada mínimo resquicio del silencio que pudiera existir entre ellos, y los conectaba creando una simbiosis.

Cerraba los ojos y enfocaba todo su ser mientras hundía con mimo los dedos en cada tecla; se convertía en el color y los matices de aquel pentagrama que contaba su relato; gesticulaba el dolor de cada sentimiento y lo proyectaba hacia el vacío que sentía por no poder expresar de otra forma las ganas de él; deseaba con todas sus fuerzas hacerse entender aunque sólo fuera por una persona en el mundo: el destinatario de su melodía.

La música conquistaba el mundo a su alrededor, impregnaba los muebles, penetraba en el cristal de la ventana y lo atravesaba, llenaba el espacio de intenciones y pensamientos bonitos; declaraba la guerra a su lejanía y los acercaba hasta situarlos uno junto al otro durante los instantes que duraba cada nota; los unía; creaba un vínculo que creyeron eterno.

La música. Su música.

I am not always you, and you are not always mine, parecían decir prudentemente, como deseando con todas sus fuerzas agarrarse mutuamente y no soltarse nunca, pero con ese miedo desacompasado que impide ser del todo sincero y vaciar las inseguridades que oprimen. 


Él escuchaba esas notas que hacían vibrar su sangre y su piel, y tambalearse los cimientos sobre los que estaba construyendo su vida.


Las conservó como un tesoro. No. Un tesoro es algo ajeno a uno; algo que se puede comprar. Un tesoro es intercambiable.

Su música, aunque imperfecta era insustituible, única, interpretada expresamente para él. Intangible e imperecedera. No se puede poner valor a esas cosas. Si hubiera perdido su música habría sido como perder el sentido del oído. Sería como tener una eterna sensación de haberse fallado en su fuero más interno.

No se lo hubiese perdonado jamás.


Tenía algo indescriptible; la esencia de su alma; la llave para abrir el acceso a las profundidades más recónditas de su miedo, escarbar en él y demostrarle que no tenía nada que temer. 

Era ese amor de adolescencia que consume hasta el último minuto de un tiempo que les pertenecía; ese que surge a cualquier edad y en cualquier circunstancia, como la tormenta perfecta que devasta todo a su paso y a la vez limpia y purifica.

Ni siquiera él supo interpretar el valor de ese regalo en aquel momento. 

No hasta mucho después.


Conforme pasaba el tiempo aquella música iba encajando en sí mismo como las piezas de un puzzle incompleto. Tenía las vibraciones de las notas que ella le enviaba; imaginaba sus delicados dedos pulsando cada tecla, sus manos marcando el compás de cada nota, sus brazos dibujando el movimiento que transmitían sus hombros, su pecho impulsando cada sentimiento incrustado en esas notas, y su mente luchando contra el corazón.

Cerraba los ojos y veía los oscuros matices en las pupilas de ella, el brillo que las iluminaba reflejando sus manos mientras se posaban delicadamente en el teclado y componía para él, sólo para él.

Sentía la madera del piano agrietarse por la presión de aquel sentimiento; las notas fluir y colarse entre esas mismas grietas, curándolas; el aire haciéndose tan liviano que podría mantener a flote una pluma, perdiendo la densidad que antes le oprimía el pecho. Si se concentraba lo suficiente podría incluso ver esa música, su forma y sus colores; palpar la suavidad de las notas y sentirlas filtrándose en su piel, hasta lo más hondo de su ser.


Él le hablaba, y ella respondía.

Ella le hablaba y él respondía...

Hasta que un día, él dejó de responder...


Comentarios

Juany ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Juany ha dicho que…
Me encanta como escribes, tu talento y sensibilidad... Te animo a que subas más cosas, que hace tiempo que no lo haces. Saludos.


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