Doce
El día que mi vida acabó se prendieron multitud de luces en el cielo oscurecido por el polvo y las nubes negras.
Tenía una pequeña cajita donde iba guardando los recuerdos más importantes de mi vida, cerrada con la llave de mi estima por ésta, y solamente la abría cuando un hilo de tristeza se colaba por el ojal de mi aguja para coser mis pensamientos a la melancolía. Ahí guardaba las tijeras con las que cortar y volver a enhebrar sonrisas.
El día que mis pasos se convirtieron en un salto al purgatorio fui incapaz de decir una sola palabra de despedida a los santos que me guiaban para que no tropezase; ni de mirarles a los ojos y decirles cuánto habían hecho por mí en esta vida; ni de tocar sus mejillas con el cariño de quien tiene tanto que agradecer.
El tiempo no es más que óxido en nuestros corazones; nunca se detiene a preguntar si nos hemos abrochado el cinturón y, cuando decide hacer una parada, los que están junto a la puerta deben salir sin remisión, no importa si entraron antes o después. Y dejan casi siempre algo que sí permanece, que no se enrobina, su rastro imborrable en las almas un poco más oxidadas de los que continúan la marcha.
Eso es lo que conservaba yo en mi cajita; la estela del tiempo al pasar con todo lo que arrastra y logro atrapar sin que se escabulla entre mis dedos como la niebla en un día gris. Pero no conseguí retener sus besos antes de evaporarse. Se fueron. Ahora abro la tapadera y paso horas mirando el interior sin conseguir cortar los retales de amargura que me embargan en la soledad de esta habitación oscura que soy yo. Y lloro de tristeza al pensar que les debo algo, pero no podré pagárselo jamás porque ya no están; porque ya no estoy.
El horizonte no existe en el aciago transcurrir de este castigo. Los cristales rotos se han extendido como las llamas en un bosque seco y me cortan la piel a cada paso con el que no avanzo, porque no existe destino ni guía. Sangro, mas no dejo rastro; no tengo a quién. Este es mi infierno.
Lo supe al principio, desde el momento en que tuve que arrastrar colgada al cuello la pena que se me había impuesto, cuyo peso aumenta por cada lágrima que no derramo. Lo supe, pero no lo acepté, y esto se convirtió en otra pena más que añadir. Mi débil alma no estaba preparada para aceptarlo sin antes luchar encarnizadamente contra la razón que me decía esto es así quieras o no.
Y lo que quiero es volver a sonreír pero no encuentro las tijeras; se han perdido entre esta amalgama de recuerdos llenos de añoranza por un ayer mejor.
Ayer.
El desconsuelo lo ocupa todo ahora sin dejar lugar para un pequeño resto de felicidad.
El día que os ví marchar con lágrimas en los ojos y hollín en la cara tuve la certidumbre de que nunca había pasado un sólo segundo en soledad, y la soledad que me embargó fue tan grande que tardé un día en asimilar que ya siempre, siempre, siempre sería así.
No tuve oportunidad de deciros por útima vez que os quiero; y siempre os seguiré queriendo aunque hayáis atravesado ese horizonte vedado, porque premaneceréis dentro de esa cajita que por mucho que me duela abrir, jamás dejaré de hacerlo. Esa es mi condena.
Tenía una pequeña cajita donde iba guardando los recuerdos más importantes de mi vida, cerrada con la llave de mi estima por ésta, y solamente la abría cuando un hilo de tristeza se colaba por el ojal de mi aguja para coser mis pensamientos a la melancolía. Ahí guardaba las tijeras con las que cortar y volver a enhebrar sonrisas.
El día que mis pasos se convirtieron en un salto al purgatorio fui incapaz de decir una sola palabra de despedida a los santos que me guiaban para que no tropezase; ni de mirarles a los ojos y decirles cuánto habían hecho por mí en esta vida; ni de tocar sus mejillas con el cariño de quien tiene tanto que agradecer.
El tiempo no es más que óxido en nuestros corazones; nunca se detiene a preguntar si nos hemos abrochado el cinturón y, cuando decide hacer una parada, los que están junto a la puerta deben salir sin remisión, no importa si entraron antes o después. Y dejan casi siempre algo que sí permanece, que no se enrobina, su rastro imborrable en las almas un poco más oxidadas de los que continúan la marcha.
Eso es lo que conservaba yo en mi cajita; la estela del tiempo al pasar con todo lo que arrastra y logro atrapar sin que se escabulla entre mis dedos como la niebla en un día gris. Pero no conseguí retener sus besos antes de evaporarse. Se fueron. Ahora abro la tapadera y paso horas mirando el interior sin conseguir cortar los retales de amargura que me embargan en la soledad de esta habitación oscura que soy yo. Y lloro de tristeza al pensar que les debo algo, pero no podré pagárselo jamás porque ya no están; porque ya no estoy.
El horizonte no existe en el aciago transcurrir de este castigo. Los cristales rotos se han extendido como las llamas en un bosque seco y me cortan la piel a cada paso con el que no avanzo, porque no existe destino ni guía. Sangro, mas no dejo rastro; no tengo a quién. Este es mi infierno.
Lo supe al principio, desde el momento en que tuve que arrastrar colgada al cuello la pena que se me había impuesto, cuyo peso aumenta por cada lágrima que no derramo. Lo supe, pero no lo acepté, y esto se convirtió en otra pena más que añadir. Mi débil alma no estaba preparada para aceptarlo sin antes luchar encarnizadamente contra la razón que me decía esto es así quieras o no.
Y lo que quiero es volver a sonreír pero no encuentro las tijeras; se han perdido entre esta amalgama de recuerdos llenos de añoranza por un ayer mejor.
Ayer.
El desconsuelo lo ocupa todo ahora sin dejar lugar para un pequeño resto de felicidad.
El día que os ví marchar con lágrimas en los ojos y hollín en la cara tuve la certidumbre de que nunca había pasado un sólo segundo en soledad, y la soledad que me embargó fue tan grande que tardé un día en asimilar que ya siempre, siempre, siempre sería así.
No tuve oportunidad de deciros por útima vez que os quiero; y siempre os seguiré queriendo aunque hayáis atravesado ese horizonte vedado, porque premaneceréis dentro de esa cajita que por mucho que me duela abrir, jamás dejaré de hacerlo. Esa es mi condena.
Comentarios
Esto compensa un poco la angustia de tu relato. Tan espectacular como siempre.
Besos!
Gran texto, sí señor. Después de cinco años, el tema y cómo lo tratas sigue siendo capaz de emocionarme.
perooooo....
he vueltoo Oscarr...
con lo cual...
aparquemoss la tristezaaa!!!...
aqui te traigo las tijeras y vamos a cortar sonrisasss (q eso he de decir q es una cosa q se me da bien...jajaja)
aqui te mando una cajitaaa llena de besasoss....(cuidala q esta llena y es fragil, jajajaaja)
Precioso y sobrecogedor. Besos!!
Me ha encantado aunque todavía tengo el corazón encogido de la panzá de sniff que he soltao!
Pero ha merecido la pena!!Enhorabuena!!
Un besazo enormemente enorme
Moitos bicos e apertas.
Un beso.
Me has recordado al comienzo de American Beauty, cuando deja bien claro que el protagonista muere...
Y eso, querido, es un piropazo!
Besicos
Felicidades.
Una soledad que a veces, rodeado de tanta gente, nos envuelve y aprisiona el alma.
Dolor que emana desde lo más profundo de nuestro Ser, que con el paso del tiempo se asimila y nos devuelve la luz que una vez, se escondió en la penumbra de la rabia.
Un abrazo.
Siempe quedan cosas pndientes para los que han sabido amar y apreciar la vida. No es un castigo, es lo que hace que tenga su valor.
Me h gustado mucho tu manera de definirlo.
Un saludo.
Y el calorcito... el sol... las mariposas.... si no fuese porque ya he empezado a estornudar, todo sería muy bucólico.
;P
Y sales muy guapo en la foto del Facebook ¿será la primavera?
Un besito.
;D
Saludos.
Muchos besos.
Te dejo un beso
Ábrela y que se airee.Es la mejor medicina.
Un abrazo.
Recuerdos...como se borra lo imborrable?.
Besos
Me vas a permitir, que aunque sea la primera vez que te dejo un comentario, te de un consejo:
Coje un trapo o pañuelo y haz un nudo en una esquina y mientras lo haces dí estas palabras "cucufato, cucufato! los cojones te ato!! y hasta que las tijeras no aparezcan los cojones te ato!
A mi me funciona cuando me desaparece algo que necesito desesperadamente :)
Besos.
Enhorabuena!
Me gustó.
Mucho.
Gracias por este magnífico regalo de tinta.
Tienes un decir muy poético.
Seguiremos leyendo y prometemos volver.
Te esperamos por nuestro rinconcito y, si estás de acuerdo, nos gustaría intercambiar links.
Saludos
Un triste escrito para recordar..
Un beso Oscar
Buen texto y has enriquecido tu vocabulario. Besos Oscar.
me gustaria que fueras blog del año!!
un beso muy fuerte y ya nos vemos a la vuelta, me voy unos dias de vacaciones...
un besito fuerte niño
;-)
Cuando queda la pena de un último beso o una conversación que sirva de cierre a los sentimientos de una vida, parece que algo inconcluso se nos queda para siempre, Oscar!
Un texto maravilloso pese a su tristeza!
Un gran abrazo!!
Muy bueno, mucho sentimiento.
Un beso.
Me ha gustado mucho tu blog. Espero volver por más, pronto.
Saludos.
Como siempre, es un placer leerte, Oscar.
Saludos :)
besos
Siento no haberos podido contestar uno a uno como de costumbre pero estoy demasiado liado y me falta tiempo para todo.
Un abrazo grandísimo.