Allá, en el pueblo

Allá en el pueblo solías salir a la calle cómo y cuando te venía en gana, porque allí todo y todos convivían en una grande y acogedora familia. Allí se iba a respirar, a pasear y a charlar con los amigos que nada más veías cuando el tiempo y el trabajo te lo permitía.
Los coches allí no estaban bien vistos, únicamente los privilegiados con suficiente confianza como para circular por sus estrechas calles, saludando aquí y allá con el brazo fuera de la ventanilla. Los más caminaban de un lado a otro sin perezas.
La vida transcurría en pura tranquilidad, con la indiferencia que produce saber que no hay diferencia entre un día y otro. Gentes despreocupadas por la certidumbre de que mirar atrás era totalmente innecesario.
Los hombres jugaban en los bares formando grupos en distintas mesas, al dominó y al truque, jugándose los cuartos sin más tema de conversación que la temperatura de la época.
Era un lugar feliz.
Allí nada perveía que todo pudiese cambiar en tan solo unos años. Nadie podía imaginar que sus tranquilas vidas sufrirían un vuelco y la despreocupada existencia que gozaban se tornaría en lo que hoy conocemos por ciudad colmena.
Todo fue muy rápido, tanto que les costó acostumbrarse.
Millones de metros cuadrados de terreno virgen se vieron invadidos por toneladas de maquinaria devorando cada centímetro sin piedad.
Lo que había sido el preciado paraíso de unos cuantos pueblerinos, en menos de una generación , desapareció.
Todo ahora es un recuerdo. Un maravilloso recuerdo de un pasado... ¿mejor?

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