Melodías (parte I)
Aquel que estaba antes. Aquel que ocupaba sus pensamientos. Fue sincera. Leal consigo misma porque de lo contrario, la imagen que le hubiera devuelto el espejo al mirarse habría sido distorsionada, como los miles de reflejos incompletos que devuelve un cristal roto en mil pedazos. Las huellas de sus dedos quedaban marcadas, invisibles en las teclas del piano. Cada surco era una nota dirigida hacia quien pensaba al tocarlas, con una cuidada delicadeza, como una suave caricia. Apenas rozaba el marfil lo suficiente para arrancar un sonido cargado de miles de connotaciones, con el firme objetivo de penetrar en los oídos y el corazón de su destinatario secreto. Las palabras no vienen fáciles, pero la reverberación de una melodía interpretada con el alma puede resquebrajar los muros más sólidos, ablandar el caparazón de corazones mal curados y hacer caer el manto de cualquier miedo que esté nublando la mirada y la visión de un futuro que siempre es posible. Aprendía de uno, pero ella pe...