La búsqueda de Dios

Y finalmente, los humanos crearon a Dios.
Una entidad omnipresente, omnisciente e intangible.

Para la extrema fragilidad y la insignificante consciencia de cada individuo este Dios resultó ser también omnipotente. Una deidad más allá de toda religión o creencia, y por primera vez, absolutamente cierta.

Después de milenios de incesante búsqueda sin respuesta, cientos de creencias ya relegadas al pasado, muchas incluso olvidadas; revoluciones culturales y religiones monoteístas cuya deidad se centraba en la infinita benevolencia y comprensión de un ente superior, finalmente, compartiendo el espacio de la Fe que aún profesaban miles de millones, se elevó por encima del control de todo individuo una fuerza capaz de crear y destruir, de amar y de odiar; infinita de acuerdo con los cánones de comprensión humanos, pero tan etérea como el vacío más allá de la atmósfera.

Esa fuerza, ese nuevo Dios no escuchaba al individuo, no concedía deseos personales, estaba fuera del alcance de los anhelos mundanos.

Siempre fue el fin de toda búsqueda, la prueba empírica de que hubiese algo a lo que aferrarse para recorrer más tranquilos la transición entre la existencia y el "más allá". Sin embargo, aquellos artífices de lo que se estaba creando supieron desde el principio de sus carencias, y de la ausencia de tales atributos divinos porque se trataba de una entidad que, aunque abstracta, era terrenal, hecha por y para intereses globales, lejos de toda individualidad, y lo llamaron conciencia colectiva.

Fue tan paulatino que pasó prácticamente desapercibido para la mayoría, y ese era el objetivo: control absoluto. Cuando uno no es consciente del lugar al que se dirige, es más fácil marcarle el camino, como a un niño al que se le engaña motivando su inocencia.

También lo llamaron conciencia global, o globalización, pero la realidad era mucho más profunda de lo que llegaban siquiera a entender incluso los considerados antisistema, que engañados, protestaban contra la misma globalización y el capitalismo que lo movía, sin entender, pobres ilusos, que sus propias protestas estaban ya programadas y entraban dentro del diseño. Defensores a ultranza o conformistas también eran piezas en el sistema.

No se trataba de la interconexión global material o la simple creación de una red económica engranada por importaciones y exportaciones, mercados bursátiles y especulación. Lo diseñaron para que funcionara en todos los ámbitos de la vida además de los ya mencionados. 
El gran logro fue diseñar modelos ideológicos e inculcarlos en las mentes: divide et impera.
Siglos de luchas entre clases trajeron la solución para ese control. Pon una ideología y automáticamente saldrán miles de detractores, haz que se enfrenten y estarán tan entretenidos peleando que no se darán cuenta de que están siendo arrastrados por la corriente, por los intereses de cada presente.

Este Dios no tenía demonios porque ya era en sí mismo una dualidad. El bien y el mal tan unidos e inseparables que no podría existir su esencia sin estos dos atributos enfrentados. Y convencieron a todos de que su lucha era el bien, y había que erradicar el mal, sin importar cuál fuera exactamente su lado en dicha dualidad.

Después crearon estamentos para sustentar cada extremo, que se iban acercando hasta el centro mismo hasta casi tocarse, pero con una finísima línea enmedio que los separaba irremisiblemente, para diferenciar de qué lado de la lucha estaba cada cual. Y adaptaron esta disposición a cada región del mundo en función de distintos factores.
En los lugares donde predominaba la religión como forma de vida se fomentaron las guerras de creencias, donde una mínima diferencia en la Fe podía suponer enemistades mortales. Aquí fue más sencillo porque donde un hecho es indemostrable jamás se podrá cambiar de opinión con el diálogo, y las armas humanas dirimían la supremacía de un Dios teológico sobre otro.
En aquellos lugares donde las creencias religiosas eran más débiles se convirtieron en Fe ciega conceptos más mundanos pero igualmente irresolubles, como la propiedad privada, el trabajo y las desigualdades sociales. Y un escalón más abajo la abstracción ideológica de dichos conceptos, el pensamiento sobre cómo manejarlos, quién era más merecedor o la pertenencia misma de aquéllos. Un debate que desde el inicio del mismo generó insatisfacción y controversia.

En un mundo separado por fronteras las guerras se libraban territorialmente, hasta que cayeron dichas separaciones hundiéndose bajo tierra, y lo que la distancia había separado durante milenios, ahora estaba unido mediante cables y ondas.
Se sustituyeron las armas y las bombas por medios de comunicación y redes sociales, hasta que la interconexión estuvo completada.
Al tiempo que se unían distancias físicas se fomentaban separaciones ideológicas, inconformismo y todo tipo de activismos.
Las guerras civiles pasadas fueron los escenarios más propicios para ese control de masas, donde viejas heridas se podían reabrir fácilmente. Era como tirar una cerilla sobre un montón de paja seca. ¿Y qué país no ha sufrido algún tipo de lucha interna?

La sociedad en general había evolucionado tecnológicamente a un ritmo mucho mayor que cívica y culturalmente, con lo que fue enormemente sencillo inculcar miedos, rabias y odios en un sector de la población débil, ignorante o necesitado mediante el populismo invasivo, y cientos de miles masticaban bilis sin siquiera pararse a pensar. 

Di a una persona lo que quiere escuchar y no comprobará la veracidad de tus palabras, las beberá satisfecho y después dará su vida por defenderlas.

Lo difícil era encontrar el lugar exacto de cada cual para después dividirlos en grupos y condicionarlos. Pero esto estaba resuelto con la facilidad y eficacia para transmitir ideas a las masas, tras lo cual solo había que esperar reacciones. La organización era la clave. Las grandes revueltas del presente siglo se iniciaron a través de redes sociales, siendo alentadas por ciertos medios de comunicación.

Este nuevo Dios fue el artífice de la expansión de numerosas plagas, como en los relatos bíblicos, con la diferencia de que no eran creadas y enviadas por Él con el propósito de castigar, sino que hizo de vehículo para su transmisión, y a medida que éste iba aumentando su poder lo hacía más eficientemente. Éstas, en los últimos siglos diezmaron con mayor o menor saña a la población, y en los resultados se pudo comprobar hasta qué punto la conciencia única era un éxito.

Junto a la caída de las fronteras se levantaron muros de protección sanitaria contra dichas plagas, porque el objetivo final era preservar la vida humana, y la inteligencia colectiva de la que se alimentaba. Y mientras, otros parásitos iban inoculando en la sociedad mundial: distanciamiento, reproches y odio.

Con cada expansión epidémica incontrolada se producía una mayor polarización ideológica y la cada vez mayor dependencia del ser humano como ente individual respecto de entidades superiores e indeterminadas. Las personas no se vuelven sumisas si no les embarga el miedo más absoluto, que no es otro que perder la propia vida o la de gente cercana. Entonces obedecen, quedan al amparo de esas entidades superiores y con la voluntad doblegada. Y cuando nos sentimos débiles buscamos a quien culpar, un objetivo sobre el que descargar la frustración, pero esos objetivos suelen quedar fuera de nuestro alcance y redirigimos el ataque hacia lo más cercano, nosotros mismos. Como un perro herido que trata de morder a quien pretende curarlo. Una sociedad que sufre se revuelve contra sí misma y se ataca, y al final el virus es el odio.

El objetivo era comprobar la paciencia de cada región. La principal epidemia era el pensamiento humano en sí y su paulatina deshumanización.

La conciencia colectiva estaba fuera del alcance incluso de gobiernos, que, dentro del propio guión hacían lo que estaba previsto, aprovechar la polarización e incluso fomentarla para los intereses de unos pocos. Era una nueva forma de despotismo, todo para el pueblo pero sin el pueblo. Llegó el momento en el que ni siquiera la salud importaba, y miles de muertos era un daño asumible si con ello podían llevar a cabo sus políticas y seguir gobernando. Los medios de comunicación y las redes sociales se encargaban de blanquear cualquier desmán, aún a costa de censurar uno de los pilares de la democracia, la libertad de expresión y de información, pero lo hacían de una forma retorcida e infame, decidiendo qué libertades eran tolerables y cuáles criminalizadas.

Curiosamente la evolución cultural y tecnológica acarreó una involución en la libertad real. Los humanos de convirtieron en títeres a manos del gobierno, y éste lo fue a manos del nuevo Dios.

Quedó patente quiénes eran malos, y quiénes se volcaban desinteresadamente por arreglar lo que había provocado la avaricia y el interés particular de líderes egoístas y megalómanos. Los buenos fueron aún más buenos, y los malos sacaron su peor cara.

Las redes sociales gobernaban, creaban opinión e imponían criterios, los mandatarios vendían populismo que alimentaba las redes, y el populismo era utilizado como arma arrojadiza contra quienes pensaban distinto. Esto creaba insatisfacción, que creaba odio, que dividía a la sociedad, la cual descargaba sus frustraciones en las redes sociales y éstas marcaban el camino populista de los gobernantes.
Un círculo cerrado sin inicio ni fin, cada vez más pequeño, cada vez más tenso, como un espacio cerrado acumulando gas y esperando la chispa que lo hiciese estallar.
Después solo quedarían cenizas y una sociedad herida de muerte, con una nueva deidad que dictaba un porvenir oscuro.

Comentarios

Gallego Rey ha dicho que…
Hola Oscar. Hace un tiempo te dejé un mensaje. Pero supongo que no te habrá llegado. El caso es que tengo tu libro, adquirido en Bubok, y quería hacerte llegar que me ha gustado bastante, y que tengo pensado hacer una reseña del mismo en mi blog y en youtube.
Oscar García ha dicho que…
Muchas gracias!!
No he podido ver antes el comentario, llevo un tiempo ausente.
Me alegro de que te haya gustado, es una motivación para seguir escribiendo.
Un saludo!!

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