Balances y desequilibrios
La suerte no golpea por igual; parece elegir. Es como si hubiese una balanza que debiera estar equilibrada, y un juez imponiendo dosis de ventura o fatalidad para mantener ese equilibrio.
¿Equilibrio universal? Algunos lo consideran invenciones de la mente humana; otros creen fervientemente en ese juez, y lo odian. Pero esta opinión depende del lado de la balanza en el que te encuentres; mirando hacia arriba, a los dichosos; o hacia abajo, por encima del hombro de los desgraciados.
María no miraba. No tenía tiempo para culpar a una autoridad superior de sus días aciagos; cada vez más oscuros.
María se veía a sí misma con el nivel de las arenas movedizas por las rodillas, haciendo esfuerzos para salir y comprobando la desesperación que se siente al hundirse más y más; y ya no recordaba el momento en el que entró en ellas; cuándo pudo caminar sobre tierra firme; ni lo que se sentía. Tampoco tenía tiempo.
Las lágrimas de María se habían convertido en la única vía de escape de su angustia; mirando hacia la ventana mientras esperaba un nuevo lamento del hombre con el que había compartido la vida, postrado ahora en la cama, observándola con gesto de pena e impotencia. Con sus ojos llorosos puestos en el llanto de ella.
Sentimientos compartidos y contagiosos.
En sus manos portaba una notificación en la que le denegaban la ayuda que había solicitado. No tenía fuerzas para volver a leer las razones que le esgrimían. Al fin y al cabo no podría llegar a comprenderlas.
La avalancha crecía conforme avanzaba; arrastrando cuanto encontraba a su paso.
El consuelo se convierte en una utopía cuando se ve tan lejano. Sola frente a todo, soportando a duras penas un peso inmenso sobre su espalda, con las piernas dobladas y el alma aplastada.
María continuaba haciendo esfuerzos, intentando salir a flote y volver a caminar, pero su coraje la hacía luchar para además de salir ella, conseguir sacar toda la carga. Todo o nada.
Y la eterna pregunta: ¿Qué he hecho mal? como heredada genéticamente; como si llevase implícitas las razones de todo mal. Acción y reacción.
Llaman a la puerta, y dos agentes llevan a su único hijo, de quince años, para explicarle que es la segunda vez que lo sorprenden fumando hachis en un parque público, y que aunque es grave, volverán a hacer caso omiso, conscientes de que hay cosas mucho más graves. Y no puede evitar sonreír al comprobar que no todo el viento sopla en contra.
María no entiende de drogas, pero sabe que es otro clavo más en su cruz.
De nuevo llora al ver a su hijo, que parece arrepentido.
Tristeza y necesidad van unidas de la mano cuando las mueve el cariño, o la falta de éste. No importa lo que haya hecho; no le queda más a lo que aferrarse.
¿Equilibrio universal? Algunos lo consideran invenciones de la mente humana; otros creen fervientemente en ese juez, y lo odian. Pero esta opinión depende del lado de la balanza en el que te encuentres; mirando hacia arriba, a los dichosos; o hacia abajo, por encima del hombro de los desgraciados.
María no miraba. No tenía tiempo para culpar a una autoridad superior de sus días aciagos; cada vez más oscuros.
María se veía a sí misma con el nivel de las arenas movedizas por las rodillas, haciendo esfuerzos para salir y comprobando la desesperación que se siente al hundirse más y más; y ya no recordaba el momento en el que entró en ellas; cuándo pudo caminar sobre tierra firme; ni lo que se sentía. Tampoco tenía tiempo.
Las lágrimas de María se habían convertido en la única vía de escape de su angustia; mirando hacia la ventana mientras esperaba un nuevo lamento del hombre con el que había compartido la vida, postrado ahora en la cama, observándola con gesto de pena e impotencia. Con sus ojos llorosos puestos en el llanto de ella.
Sentimientos compartidos y contagiosos.
En sus manos portaba una notificación en la que le denegaban la ayuda que había solicitado. No tenía fuerzas para volver a leer las razones que le esgrimían. Al fin y al cabo no podría llegar a comprenderlas.
La avalancha crecía conforme avanzaba; arrastrando cuanto encontraba a su paso.
El consuelo se convierte en una utopía cuando se ve tan lejano. Sola frente a todo, soportando a duras penas un peso inmenso sobre su espalda, con las piernas dobladas y el alma aplastada.
María continuaba haciendo esfuerzos, intentando salir a flote y volver a caminar, pero su coraje la hacía luchar para además de salir ella, conseguir sacar toda la carga. Todo o nada.
Y la eterna pregunta: ¿Qué he hecho mal? como heredada genéticamente; como si llevase implícitas las razones de todo mal. Acción y reacción.
Llaman a la puerta, y dos agentes llevan a su único hijo, de quince años, para explicarle que es la segunda vez que lo sorprenden fumando hachis en un parque público, y que aunque es grave, volverán a hacer caso omiso, conscientes de que hay cosas mucho más graves. Y no puede evitar sonreír al comprobar que no todo el viento sopla en contra.
María no entiende de drogas, pero sabe que es otro clavo más en su cruz.
De nuevo llora al ver a su hijo, que parece arrepentido.
Tristeza y necesidad van unidas de la mano cuando las mueve el cariño, o la falta de éste. No importa lo que haya hecho; no le queda más a lo que aferrarse.
Comentarios
La historia, como siempre, muy bien contada.
Muchos besitos.
Welcome back.
Será que somos un poco masoquistas, y nos molan tus historias tristes y adridulces :P
Un besote :)
Besos.
Permíteme este saludiño...
Un relato con tu sello personal que me siento contenta de leer!
Duro, pero real, con esa ternura dada al personaje que sufre sin poder evitarlo, ni con tiempo para asimilar algo más que no sean las lágrimas!
Estupendo! Más saludos!
Un besote enorme, te dejé un regalito en mi rinconcito!
Cuidate mucho
Un abrazo Oscar
Tienes mucha razón, hay gente que no sale nunca de las arenas novedizas y
otras por el contrario saben muy
bien nadar y guardar la ropa.
Hasta siempre.
Biquiños.