Veinte

Todas las palabras del mundo quedaron sin un hueco en el que quedar escritas porque los renglones de aquella libreta recién empezada aparecieron de repente colmados de sinsentidos.
Fue el día en que la ilusión se disipó entre los reflejos de aquel atardecer.
Dicen que la nostalgia es la prisión del alma, y el precio para escapar de ella es renunciar al pasado.

Susurros... ¿Los oyes?

A veces necesito cerrar los ojos para sentir que siguen ahí; que nunca se marchan. Son las notas de una voz lejana que viaja colándose entre los pequeños resquicios del tiempo y me acompañan.
Puedo escribir dos historias con los trazos dibujados por un solo lápiz sin que éste llegue a gastarse porque aún quedan muchas piezas que componer; relatar siguiendo una línea los destinos separados de dos vidas que confluyen zigzagueando casi sin llegar a tocarse y, sin embargo, permanecen unidas en un punto de inflexión, una coordenada a través de la cual se pueden encontrar fotogramas de una película que comparte espacio, pero no tiempo, continuando un ciclo que permanece inacabado cuyo hueco está reservado más adelante, en mis páginas aún sin numerar. Esas que sigo escribiendo en tu ausencia, continuando los pasos que un día iniciaste para nosotros.

Una sonrisa perenne dibujaba el colorido de cada amanecer y daba significado a las líneas de un horizonte que se iba esbozando poco a poco; tejiendo los retales de su día a día sin la incertidumbre de un futuro que carecía de importancia porque el presente lo era absolutamente todo.
Las manecillas de su reloj avanzaban arañando el tejido de su existencia mientras él construía los cimientos de un universo nuevo, el suyo propio, ajeno a esa cuenta atrás que, sin detenerse para dar un respiro, progresa inexorable anunciando que todos los billetes de este tren tienen el mismo destino y que lo único diferente es la hora de llegada.

La azarosa existencia lo puso en un lugar y un tiempo donde nada era sencillo; sin embargo, caerse es siempre el paso previo para volver a ponerse en pie, y después de innumerables zancadillas aprendió a esquivar.
Salió adelante sin olvidar nunca de dónde venía y quién lo había traído al mundo. Fue ejemplo viviente de aquella figura en la que trató siempre de reflejarse, y que no pudo vivir lo suficiente para ver el fruto de sus enseñanzas. La vida se quebró ante sus ojos, y tuvo que asimilar demasiado pronto que cada minuto dejado atrás, es un momento que tal vez hayamos perdido.
Las fotos se hicieron fuente de inspiración; imágenes a las que hablar en secreto en busca de un guiño que les dijera “lo estás haciendo bien”.

Se convirtió en oficioso maestro convencido de que debía aprender para enseñar, pues entendió que nadie debe escribir a solas su historia, y que para hacerlo es preciso primero garabatear y equivocarse, mientras asimilaba que la paciencia es un don que se obtiene mediante la perseverancia y el optimismo.
Y así continuó, construyendo más cimientos con los que sustentar todos aquellos renglones que el destino se había empeñado en torcer, para seguir escribiendo su presente y esperar sin prisa el futuro.

Somos propensos a confundir la distancia con el tiempo, empeñados en afirmar que el pasado se va alejando de nuestro lado sin comprender que sólo con cerrar los ojos podemos tocarlo. Pero las historias vuelven.

Cierra los ojos… ¿Puedes oírlos? 

Las sabinas bailaban la cadencia de la brisa, llenando los pulmones de aire y música; confiriendo un nuevo significado a cada uno de sus pasos y haciendo pasar de largo los vientos grises que se empeñaban en robar la calidez de un sol que se hacía débil. 
Signo de su propia identidad, la de una época que dicen, fue mejor; porque las músicas marcan momentos y cada cual es poseedor de los suyos, grabados a fuego como fotografías teñidas de sepia por la lejanía de los años; aquellas notas que, esta vez sí, hacían mezclar la distancia con el rápido transcurrir de un tiempo que sólo deja la estela de sus recuerdos imborrables, igual que cada paso bailado en sus tardes de guateque.

Viaja. A través del espacio diáfano de aquellos lares; acaricia cada roca; hace volar las hojas cuyo ciclo va llegando a su fin, tiñendo los suelos de ámbar; peina las ramas de aquellas sabinas que han visto pasar las vicisitudes de muchas generaciones, dibujando los contornos de un paisaje único, que los vio nacer y crecer en la inocencia de una época en la que estar lejos y aislado no era sinónimo de apatía y tristeza. Ese aire inmaculado se sigue moviendo sin descanso, y continúa trayendo consigo trazos atemporales; olores y colores que mezclan pasado con presente y te hacen estar en un lugar donde el tiempo, aunque continúe su avance, permanece detenido. 
Aún puedo escuchar aquellas canciones lejanas; las risas de su juventud. No tengo más que cerrar los ojos y respirar la calma mientras piso la tierra que fue suya, que lo vio crecer, aprender, enamorarse, formar una familia y atar fuertemente los lazos que aún hoy permanecen unidos y que ya nada puede soltar.
Esa brisa continúa imperecedera enlazando presente con pasado, nuestro hoy con su ayer; nos transporta consigo, atrapándonos, y nos trae los sonidos de aquellas músicas que perduran. Lo que ellos fueron guarda la esencia fundamental de lo que hicieron de nosotros y llevamos hoy con orgullo. Su legado.


Y el curso del destino continuó inalterable consumiendo lentamente los días, que pasaban de largo alejándose; sumándose al viejo calendario; mudando meses; marchitando las caducas hojas de cada estación hasta ver pasar otro año más, y otra década.
Esa sonrisa perenne, que nunca llegó a apagarse, continuó brillando mientras los granos de arena caían amontonando el tiempo que ya se había ido y dejando el vacío del que restaba.

Brillaba, irradiando calor alrededor sin ser partícipe de que su llama se iba a apagar antes de lo previsto, pues en esta estación no se respetan los horarios, con la certidumbre de que nunca tendría que mirar atrás para arrepentirse. Pero de nuevo, los trazos de esa línea, que cada tanto se entrecruzan, chocaron estrepitosamente volviendo a crear un punto de inflexión y construyendo otra estancia más en el presidio donde se encierran los recuerdos que duelen, de los que es tan difícil escapar. 
El día en que mis pupilas quedaron nubladas por las lágrimas cayó un velo que precedió mis pasos e hizo que tuviese que aprender a caminar a tientas. 
Es difícil tener que decir adiós y saber que no habrá respuesta, pues las despedidas siempre deberían ser recíprocas.
En el interior de mis párpados se proyectan los fotogramas de una película que pierde color porque el foco que la ilumina va quemando sus imágenes de tanto pasar. Ser preso de la nostalgia, cárcel que se convierte en un hogar que va contigo allá donde pisas, agarrado a los barrotes y mirando entre ellos para poder ver que el horizonte no tendría sentido sin unas razones que expliquen por qué estoy aquí, escribiendo las palabras que completan poco a poco las siguientes páginas de esta libreta inacabada.

Sólo tengo que cerrar los ojos para escucharlos, colándose entre las hojas de los chopos que rodean la vaguada donde pasé las horas de una infancia que se alejó contigo; llevados por el viento a través de éstos producen un leve sonido que rompe el silencio y traen las notas de aquella música que hacía danzar a las sabinas. Los susurros siguen ahí, conmigo, andando cada paso que doy para recordarme en todo momento el lugar del que vengo, haciéndome más fácil el camino.
Ahora luce otra sonrisa con un nuevo brillo, sustentada por los puntales de un pasado lleno de orgullo, tratando de seguir irradiando el calor de aquella que nunca llegó a extinguirse, porque la nostalgia no siempre cabalga a lomos de la tristeza.

Mi lápiz continúa gastándose, pero todavía le queda carboncillo para continuar aun sin saber cuándo será la próxima parada y, si tendré que bajarme del vagón, con la certeza de que aprendí de un auténtico maestro para nunca tener que mirar atrás y arrepentirme.

Comentarios

Gallego Rey ha dicho que…
Han pasado años y veo que sigues escribiendo. Me alegra encontrarte de nuevo. Yo ando ahora por estos lares: www.gallegorey.wordpress.com aunque supongo que ni te acordarás de mí. Ha llovido. Veo que has publicado un libro, voy a echarle un vistazo.

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