El cementerio de la nostalgia

Volvió.
Hacía mucho que había dejado de calcular el tiempo que pasaba al otro lado. No le preocupaba ya.
Abrió los ojos y esperó hasta adaptar de nuevo su vista al mundo real. Miró alrededor. Nada. Las cosas permanecían igual; acumulando polvo, inmóviles en el mismo lugar donde alguna vez quedaron.
Por un momento tuvo la impresión de que los objetos estaban perdiendo color, como si formasen parte de un pasado en blanco y negro.
Había silencio, últimamente casi siempre lo había, sin importar la hora. Día y noche un silencio de pérdida, de olvido.

Se levantó, estiró un poco las piernas y la espalda, caminó hasta la cocina, bebió algo de agua y se preparó un sándwich. Pronto tendría que volver al supermercado para comprar más comida. Podría pedirlo por internet, pero últimamente eran los únicos minutos en que pisaba la calle, a veces en semanas. Se había convertido en la única conexión que le quedaba con la realidad.

¿Realidad? 
Una línea muy difusa separaba ahora el lugar en que vivía su cuerpo de ese otro en el que se había instalado su mente; mucho más feliz.

Se comió el sándwich con voracidad; nada más. Volvió a beber agua. Pensó hacer algo de ejercicio, unos estiramientos, algunos movimientos para desentumecer.
Miró el reloj; eran las 06:15. Trató de recordar la última vez que había mirado la hora; no lo recordó, solo que era de día y el sol estaba alto.
Se notaba cansado aunque su mente permanecía activa. Se planteó volver a sumergirse.
Era el término más empleado; todos lo hacían, con más asiduidad o menos, dependiendo de la vida social que aún les quedase. Se sumergían; se abstraían; descendían hasta donde les llevase su propia mente y permanecían viviendo su realidad paralela tanto tiempo como necesitara su dolida conciencia.
Era el reparador; el hacedor de realidades. También lo llamaban el cementerio de la nostalgia; un lugar infinito e indeterminado donde cada mente proyectaba su propio universo, formado a veces de recuerdos, y otras de fantasía.

Hacía muchos años, tras el desarrollo e implantación a nivel mundial de la red, había comenzado la evolución. Al principio se consideró mero entretenimiento; juegos basados en la interconexión de sus usuarios, independientemente de la ubicación, el idioma o la cultura de éstos; se desarrollaban en todo tipo de escenarios cuyo atractivo era el realismo. A más real, más interesante.
Éstos fueron adaptándose a las distintas realidades sociales; deportes y guerra; historias con un hilo que dependía de las reacciones del propio usuario; e incluso existencias alternativas, la desconexión, la atracción por vivir una vida distinta de la propia, pero virtual; donde un fallo no acarreaba grandes pérdidas.

Paulatinamente esas fantasías creadas virtualmente fueron aproximándose más al mundo que nos rodea, hasta crear una hiperrealidad en la que interactuaban todos los sentidos. Escenarios inmensos por los que moverse sin restricciones, hasta donde llegase la imaginación de sus diseñadores. Ratos de entretenimiento adolescente, que fue abarcando todas las edades con la creación de juegos adaptados a cada etapa.

En sus inicios no eran más que eso, juegos. Entretenimiento de un rato.
No había más que una interfaz sencilla, habilidad para manejar un mando y aprendizaje. Ensayo y error.

Pero la concepción del universo virtual cambió por completo cuando se halló la forma de adaptar a la mente de cada individuo los escenarios que hasta ese momento eran diseñados de forma genérica, aquellos en los que cada jugador demostraba sus habilidades para avanzar hasta completar una historia previamente pensada. Puzzles.
Se creó el germen de lo que más adelante sería el hacedor de realidades.

Volvió a mirar a su alrededor y sintió de nuevo la apatía. Caminó sin rumbo por la casa, encendiendo y apagando luces, sin un objetivo determinado. No pensó, sólo se movió a través del pasillo; de la cocina al baño, del baño al salón y del salón a su dormitorio. Miró la cama aún deshecha desde la última vez que durmió en ella, no recordaba cuántas horas hacía. Permaneció de pie mirando con la mente en blanco, se volvió de nuevo al salón, dirigió la mirada al led rojo del televisor apagado.

¿Qué hago aquí?
Nadie lo esperaba, ni él esperaba siquiera una llamada; un mensaje de texto; un pensamiento lejano. Cuando caminaba por la casa sentía que de alguna manera estaba renovando un ápice de presencia humana; se sentía más tranquilo, como si la casa pudiera también sentir y lo echara de menos durante sus largos periodos de ausencia.
Se volvió a plantear sumergirse. Allí estaba bien, allí era feliz. Pero el lastre de su cuerpo se interpuso; necesitaba dormir, y con un poco de suerte no tener pesadillas de soledad y tristeza.

Todos pensaban en el significado de esas dos palabras muy a menudo, pero no las pronunciaban. Habían sido vetadas cuando se asumió que al final habían invadido cada rincón del planeta. La soledad primero; la tristeza después.
Se respiraba; se palpaba.
Podían sentirlo en el ambiente, envolviendo todo. Podían incluso olerlo. Era un olor acre, rancio; olía a desidia.

Se habían ido auto aislando, todos, sin excepción; conectados desde un primer momento a través de múltiples dispositivos y desconectados de su propia presencia física. Fue sucediendo de forma tan paulatina que no llegaron siquiera a darse cuenta.
Las relaciones sociales se fueron reduciendo a situaciones estrictamente necesarias. No necesitaban verse en persona porque se tenían en pantallas, al menos al principio.
Después ya ni eso. Desde hacía algún tiempo todo lo que necesitaban era sumergirse y relacionarse con sus recuerdos.

Era una nueva forma de dependencia, la felicidad creada por uno mismo. Un sistema sencillo y barato, y millones de durmientes sumergidos a todas horas.

Cada cual tenía sus propios motivos, y prácticamente todos guardaban algo por lo que ser esclavos de esa pseudofelicidad. Pérdidas traumáticas con las que reencontrarse; amores que una vez fueron imposibles; vivencias pasadas con sabor agridulce. Se trataba de vivir en un bucle con la ventaja añadida de crear futuros felices basados en pasados nostálgicos.
Una vez lo probaban era difícil volver sin sentir un gran vacío.

Él llevaba mucho tiempo perdido.
Su tristeza de había hecho perenne porque se había rendido, como tantos otros. No encontraba razones para pasar un minuto más del necesario en el mundo real. Pensaba en ella constantemente, la añoraba demasiado, y sabía que al otro lado la tendría siempre consigo.
Las redes sociales habían caído arrastradas por la falta de vivencias que compartir. Pero él aún seguía conectándose para volver a leer conversaciones antiguas de una remitente que ya no estaba, no al menos a un alcance tangible. Fue incapaz de asumir sus propios errores y aquel arrepentimiento se hizo viejo; demasiado pesado para soportarlo y doloroso para dejarlo atrás.
La línea de su tiempo continuó pero él se había quedado contemplando cada sol atravesar el cielo, sin ánimos para avanzar.

Pasó mucho tiempo así, leyendo mensajes pasados y anhelando volver a ver una conexión, un puntito verde. Escuchando música y poniendo su mente a volar, hasta donde llegaban sus recuerdos.

Más tarde descubrió que podía sumergirse en esos recuerdos hasta niveles nunca imaginados.
Un sistema basado en sensores que de alguna manera detectaban e interpretaban mediante la actividad cerebral lo que se estaba pensando, y transmitían imágenes hacia el cerebro enormemente amplificadas basadas en lo que recibía. Básicamente, le decías lo que querías que te mostrarse.
Y la percepción de esa existencia imaginada era plena porque estaban implicados todos los sentidos. Podía oler el perfume de ella, sentir el tacto de su piel o experimentar sentimientos absolutamente reales.
El sistema te leía y te hacía sumergirte en una ensoñación. Igual que dormir y soñar cualquier cosa que uno deseara, pero percibiendo cada detalle como real.
Era algo así como el Nirvana. Sueños a la carta; un lugar al que ir para ser feliz. Pero el concepto de sueño se quedaba infinitamente corto porque era mucho más.
Cada vez que volvía a la realidad, la percibía con menos color, la tristeza se acrecentaba a su alrededor, y la soledad ya se había hecho inquilina en su casa.
El polvo continuaba cubriéndolo todo, y flotaba en el aire haciendo más patente aquella atmósfera de melancolía. Parecía que incluso los pájaros respetasen el luto de silencio por una tierra abandonada a los recuerdos.

Ya no se miraba en ningún espejo porque la imagen de sí mismo en el hacedor, junto a ella, era todo lo que quería ver. Allí no envejecía, era él mismo, sin adornos, su cara y su cuerpo, y ella la misma que recordaba. Los lugares también, y el presente juntos era una mezcla de lo que fue en aquel pasado que añoraba más todo lo que no pudo ser, por circunstancias.
Se había creado su mundo paralelo donde podía vivir lo que se negó años atrás, en el que se reencontraba con personas que ya no estaban.

Poder decir a alguien que sabes que no volverás a ver las cosas que nunca dijiste; dar los abrazos y los besos que por dejadez no diste; o simplemente observar cada detalle de una cara para poder recordarla.

Somos lo que tuvimos y retenemos, bien con nosotros o en nuestro recuerdo. Vivimos el presente echando la vista atrás, hacia el pasado, para apoyarnos en lo que nos hizo fuertes y no tropezar donde ya caímos.

Todos tenían sus historias, y cada cual una razón por la que le dolía estar despierto. Allí, en el hacedor aún no había llegado la tristeza, por lo que el propio silencio de las calles gritaba al viento cuánto dolor estaba siendo mitigado cada minuto del día.

Él rehizo su vida partiendo de sus recuerdos, una vida artificial basada en el pasado. Recompuso sus vivencias y se quedó donde más feliz fue porque el presente no le aportaba nada. Buscó aquel rincón de su memoria donde guardaba los momentos en que estaba ella y se quedó a vivir ahí, regresando solo cada cierto tiempo para las necesidades del lado real de su existencia, pero entonces anhelaba volver a sumergirse allá, al otro lado, al cementerio de la nostalgia, para sentir otra vez el roce de la mano que un día se fue. Para construir una vida en la que no hubiera cabida al arrepentimiento.

Cada vez sentía más fuerte el vacío al volver; era la tristeza palpable que lo envolvía todo; era la certidumbre de que a pesar de todo, su mundo era aquel en el que ya no podía tener lo que más anhelaba. Y recordaba el color oscuro de su pelo y sus ojos; la magnitud de su sonrisa; el brillo invariable en su cara, sin importar el tiempo; o la dulzura de su voz.
Cada pensamiento y recuerdo laceraba su alma, como un cilicio que no pudiese quitarse. Le dolía mucho permanecer a este lado, despierto con su nostalgia y dormido con sus sueños de tristeza y soledad.

Esa nostalgia fue más fuerte que su cuerpo cansado, y decidió volver a sumergirse en su felicidad inventada. Cerró los ojos y la vio de nuevo sonriendo, escuchó aquella primera frase que le había dicho hacía tanto, cuando él se quedó mudo de vergüenza, y ya no hubo más tristeza en su mundo mientras pudiera seguir construyendo con recuerdos su presente junto a ella.

Comentarios

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