De recuerdos hundidos


Los cristales empañados mostraban un mundo diferente, lleno de tonalidades azuladas invadidas por la brillante luz del sol de mediodía. Allí la vida se extendía hasta donde reinaba la oscuridad, más allá incluso de lo que eran capaces de percibir sus ojos, y centenares de formas cambiantes danzaban alegres a través del horizonte, en un mundo paralelo donde los movimientos pausados contrastaban con el frenetismo de la superficie.

Lo he perdido

A través del tubo seguía llenando sus pulmones una y otra vez mientras avanzaba despacio observando hasta donde le alcanzaba la vista, zambulléndose cada vez que creía haber visto un atisbo de brillo, y volvía a subir para coger aire con las manos vacías. Una vez arriba, se quitaba las gafas y el mundo volvía a ser el de antes, pero él se sentía un poco más vacío.
Se trataba simplemente del objeto que materializa un recuerdo; la realidad palpable de un hecho vivido; algo a lo que aferrarse para rememorar un momento especial del pasado.

Es solo una cadena

Pero mientras lo pensaba, su interior se iba inundando de congoja, como si el agua del mar se filtrase por sus poros y lo hiciese suyo, quedándose con todo él.

Mientras que a su alrededor se escuchaban los chapoteos de un ambiente alegre, su corazón se fue enturbiando, y de pronto le invadió el miedo a perder también los recuerdos unidos a los eslabones de su cadena bajo el agua salina de aquel atardecer.
Hacía mucho tiempo que el valor sentimental había desequilibrado la balanza, y ya no importaba otra cosa que todas las imágenes asociadas a la pérdida. Su cuerpo mojado empezaba a tiritar, pero no podía marcharse sin más, ya que resignarse implicaba aceptar lo que en el fondo ya sabía, que había perdido para siempre la estúpida cadena.

La rabia y la desesperanza se unían en un sólo sentimiento porque había algo más en el trasfondo de su búsqueda, algo inmaterial e imperecedero y el miedo horrible que le producida perderlo. Recuerdos de otra pérdida lejana pero infinitamente más dolorosa. De repente volvía a vivir bajo aquellas aguas la ausencia de alguien y el punzante dolor que conlleva, el cual creía mitigado, pues el tiempo va curando, otorga, quita y cuando menos lo esperas, abre heridas viejas.

El sol continuaba su descenso, acercándose a su propio reflejo para fundirse con él y desaparecer en el horizonte, trayendo la oscuridad y el fin de toda esperanza de volver a reencontrarse con su pasado y sus recuerdos. Mientras temblaba de frío, el sabor del agua salada se mezcló con una lágrima que descendió diciendo adiós a aquellos eslabones que habían rodeado su cuello, simbolizando un vínculo material de añoranza; la prueba palpable de que aún seguía echándole de menos. 

Y al observar la superficie del mar se reprochó sentirse incapaz de traer a su memoria cuánto tiempo había transcurrido desde la última vez que reconstruyó aquellos recuerdos que tanto temía perder, para abandonarse a la sana nostalgia de saber que cuando algo se añora es porque alguna vez fue valioso.



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