Estigmas sociales

Escuchó la sentencia con los ojos cerrados para imaginar con más claridad el rumbo hacia el que tendría que conducir a partir de ese momento, apretó los puños e hizo un esfuerzo por mantener atado el león que trataba de salir de su interior; llenó los pulmones, espiró lentamente y digirió cada palabra que le llegaba desde el otro lado del estrado.
Tuvo que contener una lágrima de impotencia mientras toda su rabia se desvanecía quedando en el vacío de aquella sala, intuyendo años luz de distancia a su alrededor.
La calma absoluta se rompió por los murmullos que siguieron a las palabras de la juez cuando volvió a abrir los ojos para contemplar su nueva vida.

Dos años. En su cabeza se repetía como un bucle esa cifra que ahora, vista desde ese extremo, había cobrado un significado que le producía vértigo.

Siempre había sido un hombre muy concienciado al respecto. Empatizaba cada vez que una nueva noticia colmaba las portadas anunciando un nuevo caso de esa lacra que anda encaramada a los hombros de la sociedad desde que las relaciones humanas existen. Nunca llegó a comprender los motivos que podían llevar a una persona hasta extremos tan irracionales porque no había razones en su mundo que justificasen la violencia.

Un hombre golpea hasta la muerte a su pareja. Una frase sencilla, escueta y a veces, hasta mal redactada sintácticamente, pero muy contundente.

Esas pocas palabras bastaban para que su cuerpo se estremeciera imaginando lo terrible que debía ser la vida de aquellas personas que, al final, la acaban de forma tan trágica.
Tantas veces lo había leído u oído que poco a poco perdió su amargo significado, entonces se preguntaba cuántas otras a lo largo de la historia se habría repetido aquel acto que ponía punto final a una historia cuyo principio auguraba un futuro distinto. Antes, lo que ocurría entre las cuatro paredes de una casa quedaba ahí para siempre. Demasiadas vidas olvidadas... Y concluía sus disertaciones con la triste idea de que nada había cambiado, y que la única diferencia es que en la actualidad hay medios para tratar de concienciar. Nos estamos endureciendo con tantas noticias funestas; al final nada nos afectará.

Cuando llamó la policía a su puerta para informarle de que estaba detenido, hubiese podido, al tiempo que escuchaba sus derechos, hacer un repaso de todos los delitos que componen el código penal sin haberse acercado siquiera a la razón por la que lo iban a esposar y trasladar para ser procesado.

Ha sido usted denunciado por su pareja. Aquellas palabras martillearon cada neurona de su cerebro, quedando absorto mientras veía moverse los labios del agente sin comprender el significado de lo que estaba ocurriendo. Le volvieron a repetir la frase una vez más, de manera pausada, como tratando de hacer entender a un niño un problema demasiado complicado, adelantándose a la siguiente pregunta de éste para transmitirle la certeza de que no había confusión alguna.

¿Qué puede hacer cambiar a una persona de manera tan fulminante? Las preguntas se le agolpaban nublando su capacidad de raciocinio, tratando de trazar una línea a partir de la cual pudiese encontrar alguna respuesta.
Hacía más de un año desde que había tomado la decisión de separarse de su pareja, después de haber consensuado entre ambos que probablemente les iría mejor por caminos distintos, sin embargo, las circunstancias les habían vuelto a unir de forma esporádica, por lo que se encontraban en una situación difícil de precisar.
Una década, una hija pequeña y una perspectiva prometedora sentaron las bases de la desidia, el tedio, la desconfianza y una monotonía que se transformó en discusiones rutinarias; después, disputas llenas de rencor y, finalmente, silencios demasiado hirientes para soportarlos frente a frente. Así fueron observando cómo crecía la distancia entre ellos, asfixiándolos de incertidumbre.
A pesar de todo, la imagen que guardaba de ella continuó siendo cariñosamente nostálgica.
Su relación comenzó un largo trecho de subidas y bajadas porque no podían estar juntos, pero tampoco separados. Se añoraban desde lejos para repudiarse en la cama. Sin embargo, se respetaban.
El futuro estaba claro aunque no quisieran admitirlo, alargando eternamente aquella vida en la que ambos caminaban por el borde. Finalmente fue él quien decidió dar el tijeretazo, cortando tras una larga conversación lo que se había prolongado demasiado.

Habían pasado dos años, y en su mente veía claramente las imágenes de aquel pasado que le cayó encima sin verlo venir.
Continuó preguntándose aún por qué, absolutamente convencido de que había obrado bien tratando de no herir demasiado los sentimientos de ella, pero al parecer estuvo equivocado y esa cadena que se pusieron alrededor los ató demasiado fuerte.

No hicieron preguntas. Llegaron a su casa para llevárselo por una denuncia en la que constaban maltratos psicológicos y vejaciones.
El primer clavo de su via crucis fue soportar las miradas de sus vecinos siendo conducido al coche patrulla con los grilletes a la espalda. El primer estigma acababa de caer sobre su frente porque se había convertido a ojos de todos en un maltratador.

A partir de ese momento comenzó a vivir para tener que sentir en primera persona la iniquidad de la condición humana.

De forma inmediata se vio privado de casi todo su presente, y tuvo que centrar cada segundo de su atención en tratar de demostrar algo que nunca había ocurrido.
¿Cómo puede probar que es cierto lo que denuncia? Preguntó a los agentes con un hilo de voz mientras era trasladado.
No tiene que demostrar nada. Con denunciar es suficiente...
Una vez más tuvo que tragar saliva antes de volver a hablar, pero se quedó callado. Comprendió que no había defensa posible ante eso.
Pasó un día y medio bajo arresto, encerrado tras las puertas de acero de la planta inferior de la comisaría donde había sido llevado, en espera del juicio que aclararía las cosas o nublaría aún más su pesadilla. No durmió un solo minuto.

Desde entonces su vida avanzó cuesta abajo. La primera medida cautelar tomada por el instructor fue  alejamiento e imposibilidad de comunicarse con su pareja, y lo que era aún peor, su hija.
Su círculo de amigos se redujo drásticamente; tuvo que aguantar muchas miradas y demasiados matices en ellas; dejó de salir más de lo imprescindible. Quedó relegado a su casa, su televisión, y un trabajo que de repente había dejado de ser satisfactorio porque donde él estuviese, se respiraba hostilidad. Únicamente sus amigos más cercanos continuaban a su lado dándole su apoyo incondicional.

En las ocasiones en que trató de ponerse en contacto con su ex-pareja a través de abogados fue meticulosamente evitado.
Lo que más le angustiaba era no poder recibir una explicación cara a cara de por qué ella le estaba haciendo eso. Se volvió retraído y esquivo; sus pensamientos se movían en círculo, buscando la manera de defenderse al tiempo que trataba de comprender lo que había motivado aquella guerra desigual que él no había iniciado.
¿Qué justicia es esta?

Su abogado le recomendó que reconociese la culpa para que la pena fuese reducida y se llegase a una conformidad. Él sintió una nueva oleada de impotencia y frustración. Había informes médicos que atestiguaban lesiones y problemas psicológicos.

Su vida de repente se hizo pesada y angustiosa. Una mala noticia tras otra eran su día a día, y las perspectivas demasiado pesimistas para levantar cabeza.

Finalmente, esta justicia enrarecida y adiestrada por los medios de comunicación ha hablado... el supuesto maltratador fue condenado a prisión para ejemplarizar. Él tuvo que observar su caída hacia lo más profundo de la miseria de una sociedad movida por el miedo y el rechazo, perdiendo toda esperanza ante una ley que golpea sin preguntar.
La pena impuesta fue mínima, sin embargo se trataba de una condena por hechos que nunca tuvieron lugar.
No pudo ver marcharse a su hija de la mano de esa mujer a la que le había dado todo, hasta su propia libertad. Ella no quiso nada de él, salvo su hija y su dinero.
Su dignidad quedó aplastada para siempre bajo el mazo que anunció su sentencia.

Pero a veces el raciocinio queda eclipsado por la ambición. Después de aplastarlo, decidió que quería pisotearlo, demostrando que el despecho tiene muchos orígenes pero un sólo destino, y continuó su disparatada cruzada contra aquél que la había abandonado, dejando ver por fin sus intenciones. Sin embargo, el tiempo no retrocede.

Ahora, dos años después, mirando el reloj dejó escapar una lágrima mientras memorizaba la hora en que escuchó que su mundo había dejado de estar loco. La nueva sentencia, que anulaba la anterior, dejó claro que su verdad valía más que cualquier prejuicio.
Se sintió agradecido, pero pensó tristemente que no había nada por lo que dar gracias porque nunca debió estar ahí, y el odio que había sentido se acabó disipando cuando supo que las falsas denuncias también se pagan con cárcel.

El apego que los unió acabó convirtiendo a ambos en víctimas.
Hay heridas que son como estigmas, y no se ven.
Caminó cabizbajo hacia el exterior para respirar otro aire, consciente de que ya siempre estaría contaminado de injusticia.

Comentarios

Vania ha dicho que…
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