Juicios velados
Cuando Daniel decidió decorar aquella pared con gotelé a base de salpicaduras de sangre y sesos pudo por fin liberarse de su pesada carga. Ese día recordó con amargura otros tiempos en los que la vida transcurría con normalidad, y echó de menos la bendita ignorancia humana. Nunca supo exactamente en qué momento comenzó a torcerse todo, pero sí tenía muy presentes las razones por las que cada minuto de su existencia se había convertido en un infierno. Una habilidad especial no siempre resulta beneficiosa o grata, aunque al principio pueda parecer que sí; y Daniel lo comprobó día a día con la desesperación de quien se sabe culpable, que no responsable, de un crimen que atentaba constantemente contra su conciencia y su autoestima. Aún no había llegado a la treintena, y como suelen decir los viejos: tenía toda la vida por delante; qué barbaridad! no somos nada . Pero nadie sabía de sus tribulaciones salvo él, y nada le esperaba en el futuro, salvo una constante aflicción. Un día cualquiera...