Ojo por ojo
La horca era el destino deparado a los culpables; pero la inocencia nunca ha estado exenta de riesgo. Las súplicas y sollozos no sirvieron de nada. Nunca antes había experimentado un terror tan intenso; los músculos comenzaban a flojearle y su cuerpo se había convertido en el desagüe de sus poros, sus lagrimales y su vegija. Aunque nada de eso le importaba porque temía realmente por su vida. De pie sobre aquel improvisado patíbulo podía sentir la rugosidad de cada milímetro de la fina soga que rodeaba su cuello. Había dejado de ser dueño de sus impulsos; temblaba, lloraba, sentía arcadas; incluso le abandonaron las fuerzas para suplicar. Su sistema nervioso se había convertido en una bola de fuego que le comía por dentro. La fragancia de aquella primavera incipiente se le clavaba en el cerebro recordándole que jamás volvería a disfrutarla. Casi podía notar el cosquilleo de los gusanos a la espera de comenzar el festín de su carne, que en breve estaría muerta; sin embargo se trataba de ...