Suicidio (parte I)

- I -

-Buenas noches caballero, está usted en antena.

-Buenas… o no tan buenas. Verás, no se cómo empezar. Es que en realidad no llamo para hablar sobre el tema de esta noche.

-Pues, cuéntanos rápido y decidiré si merece la pena escucharte o pasar a otra llamada.

-Resulta que estoy sólo en casa y me apetecía hablar con alguien, estaba escuchando el programa y he decidido llamar. Qué mejor que ser escuchado por todo el país cuando hay algo tan importante que decir.

-Te escuchamos pues. Intenta ser breve.

-Seré rápido y conciso: llevo muchos días pensando esto muy fríamente, y he tomado una decisión de la que no hay vuelta atrás. Ante todo, es una decisión largamente reflexionada y sentada en unas bases sólidas que me han obligado a tomarla firmemente. Estas son mis últimas palabras porque cuando cuelgue el teléfono, me suicidaré.

Un tenso silencio siguió estas palabras en el extremo de todos y cada uno de los aparatos de radio que en ese momento sintonizaban la emisora. Todos se estremecieron de sus asientos.

-Perdone… esto no será una broma.

-En absoluto, voy a colgar y en cuanto lo haga, acabará todo.

-Un momento por favor, hablemos un poco. Dígame como se llama.

-Oiga, yo solo he llamado para decir esto, no tengo nada más que hablar.
Quizá todos estén pensando: si alguien se quiere suicidar, no lo cuenta, querrá llamar la atención. Pero la realidad es que creo que la parte más morbosa de mí quería imaginar vuestro rostro al escucharlo. Pero les aseguro que hablo totalmente en serio.

-Tiene que escucharme. No puede llamar sólo para decir que va a hacer eso. Al menos dígame su nombre.

-¿Para qué quiere saber el nombre de un muerto?

-Usted no está muerto, eso es una locura. A ver... ¿Puedo tutearle?

-Escuche bien, no he llamado para que me insulten. ¿Me está llamando loco?

-Lo siento, no era mi intención. Perdone.

-Al contrario, se necesita estar muy cuerdo para decidir una cosa así. Los locos quieren vivir. Yo no. Los locos viven en su mundo feliz, no saben siquiera que están locos.
En cuanto a la pregunta de si puede tutearme, mi respuesta es, que haga lo que a usted le parezca.

-Esta bien, pero para poder tutearte necesito saber tu nombre.

-No hace falta, de hecho ya me está usted tuteando y no se lo he dicho aún.

-Perdone si le ha molestado. Pero me gustaría hablar, no sé, de cualquier cosa. Solo quiero ayudarle.

-Ahora no me tutea. Esto resulta gracioso. Sepa que no necesito ayuda, ya no. Cuando me la pudieron dar, me la negaron. Todo el mundo te da la espalda. No importas a nadie, porque cada cual está bastante ocupado con su propia vida. Esto es así, y no puedes ahora pretender convencerme de lo contrario porque ni tú mismo te lo creerías.

-Lo único que quiero es charlar, conocerte un poco mejor y si quieres, contarme lo que te ocurre.

-Me ocurren muchas cosas y demasiado largas.

-Una vez leí que la mayoría de las personas que se suicidan, se arrepienten cuando ya es demasiado tarde.

-¿Y cómo carajo saben eso, si una vez que han muerto no pueden preguntarles?

-No lo sé, y tampoco había pensado en eso. Pero estoy seguro de que es así. Es imposible no plantearse otro camino, otra posibilidad, aunque sea en el último momento. Siempre quedará el: ¿y si…?

-Yo lo tengo totalmente decidido y no voy a arrepentirme porque no le debo nada a la vida. Hay gente a la que el azar le juega malas pasadas, personas cuya existencia nunca debería haberse producido. Algunos se dan cuenta antes, otros después, y hay quien pasa toda la vida esperando el tren que no llegará, ese golpe de suerte que haga cambiar las cosas. La chispa de esperanza que a mi se me agotó hace tiempo.
Es inútil que espere tiempos mejores porque ya desaparecieron los únicos momentos por los que pudo merecer la pena vivir. Ese es mi caso.

-¿Cómo te llamas? Dime al menos eso.

-Llámame equis.

-Señor equis, estoy seguro de que el país entero está escuchándote, y todos estarán pensando en este momento infinidad de razones por las que merece la pena luchar, o intentarlo al menos. Déjame echarte una mano, por favor. Sólo te pido que reflexiones, que me cuentes, no tienes nada que perder.

-De acuerdo, acepto su trato. Pero a cambio, si no consigue convencerme sufrirá dos consecuencias: Primero, cogeré la pistola que tengo preparada, cargada y amartillada, y me pegaré un tiro en la boca, en directo, de forma que todos puedan presenciar y escuchar el eco del disparo en mi habitación mientras mis sesos se desparraman por toda la pared; Segundo, será usted personalmente responsable de que eso ocurra, pues mi intención era colgar y después suicidarme.


continúa en Suicidio (parte II)

Comentarios

Más leídas

El cementerio de la nostalgia

Ojos tristes

Horizonte ambarino