Desquitar(nos) - Parte III




Llegaron a la puerta, introdujo la llave, abrió y la dejó pasar primero, no por cortesía sino por un miedo oculto a que se arrepintiese; la abrazó por la espalda cuando ésta se cerró tras ambos y permanecieron así durante un largo rato, la piel erizada y una determinación inamovible. 


Abrazados, en silencio, con la respiración acompasada fueron diluyendo los temores. No había cabida al arrepentimiento; sentían una extraña paz que les iba invadiendo, invitándolos a permanecer así, sin querer mover un sólo músculo. Los envolvió la calidez de una escena muchas veces fantaseada; la urgencia de sentirse necesitados, de tenerse y no saber por dónde empezar.

Estaba aferrado a su cuerpo con fuerza, con esa gana que a veces se tiene de querer fundirse, ojos cerrados y la mente volando desbocada. Con una mano agarró la de ella, con la otra le apartó el pelo y la besó en el cuello, un beso suave al principio; luego otro, y otro más moviendo los labios por su piel. Después los abrió un poco más y volvió a besar, esta vez con más intensidad; dejando que el calor de su boca se transmitiese a la piel, y sintió cómo toda ella se erizaba al tiempo que oía aumentar el ritmo de su respiración.
La contempló darse la vuelta y rodear su cuello con los brazos; lo miró sin decir nada, sin sonreír; le mantuvo la mirada unos instantes antes de volver a acercar su boca a la de él, que bajó sus manos hasta la cintura y la atrajo hacia sí, pegando sus caderas. Se mordían los labios; se buscaban la lengua con rabia; centraban toda su atención en tratar de saciarse, y sin embargo se dosificaban para alargar cada segundo que permanecían abrazados, comiéndose.

Hacía rato que el temporizador había apagado la luz de la escalera; sólo distinguían ahora sus siluetas, aún junto a la puerta. No se molestaron en volver a encenderla. Veían cuanto necesitaban, se palpaban con caricias y recorrían sus caras con los labios.
Dos almas furtivas en la oscuridad que se buscaban a tientas formando una sola figura. Se hablaban en leves susurros para no perturbar la quietud de aquel portal solitario a esas horas; y un sólo sonido se transmitía por las escaleras como única prueba de su presencia, inevitable, necesario, el de sus besos húmedos y ansiosos, completando el marco de una escena aparentemente prohibida.
Cada cierto tiempo pasos en la calle; y petrificados, sin respirar, esperaban ver la puerta abrirse; pasaban de largo y seguían a lo suyo.

La atracción por ese hormigueo que produce saberse expuesto hace querer ir más lejos; continuar un poco más allá.
Las manos de él se deslizaron de nuevo hasta la cintura de ella, buscando el borde del pantalón para recorrerlo con los dedos hasta llegar al broche; con un movimiento lento lo abrió; palpó la cremallera y la fue bajando aún más despacio. Ella lo besaba, saboreaba sus labios rodeándolo con los brazos; dejándose hacer.

Como si estuviese pintando un cuadro fue moviendo las manos sutilmente hacia el interior del pantalón, abierto ya; y lo bajó sólo unos centímetros, lo suficiente para acariciar con los dedos la cadera, bajo la cual reposaba un fino ribete de tela, que recorrió despacio hacia delante, siguiéndolo con la punta de un dedo mientras acariciaba la piel erizada con los otros.
Palpó deleitándose la suavidad de aquella tela y lo que representaba; el calor que percibía emanando de su interior; la piel suave y tersa que la rodeaba; y lo que ocultaba. La besó con más desesperación, le mordió el labio de abajo con sumo cuidado, tirando hacia sí, como si pudiera llevárselo consigo para tenerlo siempre.
Sentía la urgente necesidad de bajarle el pantalón aún más, memorizar con sus dedos cada milímetro que tocaba; continuar desnudándola hasta sentir su cuerpo por completo, sin barreras.

Las manos de ella habían quedado posadas en el pecho de él y las cerraba apretando al sentir el cosquilleo de unos dedos moviéndose por sus caderas; jadeaba con los ojos cerrados; buscaba su lengua; mordía los labios con hambre. Se acercó al centro del pecho deslizándose a través de los pectorales, buscando los botones de la camisa y comenzó desde arriba a desabrochar muy despacio, uno a uno.
Beso;
            botón;
                         beso;
                                    botón.
Las respiraciones cada vez más agitadas se oían en el silencio del portal.
Desabrochada la camisa deslizó sus manos hacia el interior y pudo sentir perfectamente los latidos de un corazón acelerado. Posó una de ellas justo en el lugar donde más palpitaba y la dejó ahí mientras continuaba dibujando la forma del pecho; quería sentir la fuerza de su propio deseo a través de cada latido del corazón de él; después separó la boca, posó el dedo índice sobre sus labios sintiendo el roce de la barba y con un sonido apenas audible:

Shhhh...

Tocó su barbilla, le giró la cabeza despacio y mordió el cuello con la intensidad justa para clavar pero no hacer daño; lo empujó hacia atrás hasta que estuvo pegado a la pared y continuó con otro mordisco, esta vez más dulce.
Él apretó los dientes mientras un escalofrío le recorría todo el cuerpo, sintió los de ella cerrándose sobre su cuello de nuevo y toda la piel del cuerpo se le erizó hasta casi doler. Luego un beso, y a continuación más; cada uno un poco más abajo que el anterior; cada vez más lentos, con toda la superficie de los labios posándose sobre él, como tratando de dejar marcado el camino de descenso.

Esta vez fue él quien se dejó hacer. Ella abrió la camisa en ademán de quitarla hasta dejarla bajo sus hombros, descubriendo todo el torso y obligándolo a mantener los brazos inmóviles, pegados al cuerpo, y siguió descendiendo con besos hacia el pecho muy poco a poco, al tiempo que con las manos acariciaba hacia abajo.

Sus dedos de deslizaban muy suavemente, haciéndole sentir hasta la rugosidad de las huellas dactilares pasando despacio por cada poro, y un cosquilleo electrizante fue estimulando cada una de sus terminaciones nerviosas.

Ella continuaba el lento descenso, estampando marcas de labios y dientes aquí y allá, dibujando el torso con los dedos, arañando con las uñas y curando con la boca. Paladeó sin dejar un solo centímetro, descendiendo cada vez más. Colocó ambas manos sobre el borde del pantalón, las llevó al centro muy despacio y desabrochó, sin prisa, besando, acariciando.
Soltó uno a uno en resto de botones para terminar de abrirlo, introdujo las manos levemente y lo bajó hasta media cadera. Rozó con la punta de la nariz alrededor del ombligo, fue transmitiendo su cálido aliento por la zona que ahora había quedado descubierta. Miró hacia arriba, sonrió. Dirigió su mirada a la silueta del torso que se recortaba fibroso con la escasa luz de la calle, después hacia donde adivinaba sus ojos y percibió un gesto placentero.

Volvió a imprimir sus labios bajo el ombligo, marcándolos intensamente; y fue descendiendo su mano izquierda muy despacio por el costado; tocando con la punta del dedo índice siguió la forma de la cadera, bajando un poco más, paseando todos los dedos despacio por encima de la ropa interior hasta llegar justo al centro y recorrer con su índice y corazón toda la excitación de él, de arriba hacia abajo a través de la fina tela; y de nuevo hacia arriba, muy suavemente, muy despacio mientras continuaba con los besos solo unos centímetros por encima; su mano derecha quieta, sintiendo la piel aún erizada del torso, para centrar todas sus atenciones en la izquierda que continuaba palpando con caricias la erección que provocaban sus besos, a unos pocos centímetros, y su roce; y notó las palpitaciones que se transmitían a ella, excitándola de  satisfacción al sentirlo temblar.

Él se mantuvo quieto, sumiso, con la espalda contra la pared y los brazos casi inmovilizados por su propia camisa, a merced de cualquier capricho de ella, que en ese momento le estaba haciendo vibrar todo su cuerpo con cada beso, que casi podía oír retumbar en el silencio del portal, la respiración cada vez más agitada y la fuerza de las piernas que empezaba a flaquear.

Movimiento constante y suave a través de la tela; de abajo hacia arriba con la palma de la mano y los dedos; de arriba hacia abajo; besos muy cercanos, aleatorios, cálidos; respiración jadeante; sonido de labios; humedad.
Él se encontraba al borde del éxtasis, le temblaban hasta las manos; ella sentía su goce y continuaba; verlo loco de placer la volvía loca.

Siguió un poco más, calculó el límite, se quedó justo en el borde y se detuvo.
La situación, la fricción con la mano a través de la tela, los besos, la caricias, Ella. Lo estaba haciendo flotar y prácticamente aún no habían empezado.

Ella se fue incorporando despacio, mantuvo su mano izquierda aún jugueteando en el mismo sitio, notando que la erección permanecía bajo ésta. Cuando estuvo de nuevo a su altura lo volvió a besar intensamente mientras rodeaba con la palma y los dedos para sentir todo el diámetro y la dureza de lo que estaba tocando, y apretó con fuerza.

Él dio un respingo, sonrió, se acomodó la camisa para mover los brazos e introdujo sus manos a través del pantalón de ella bajándolo un poco más, las posó en sus glúteos, acariciando la piel que dejaba al descubierto la línea del tanga, y con un movimiento rápido y firme la levantó del suelo con fuerza al tiempo que ella se aferraba a su cuello y continuaba besándolo; lo abrazó con sus piernas alrededor de su cintura y las cruzó atrás; manteniéndose en ese forzado equilibrio.

La volvió a bajar hasta que estuvo apoyada en el suelo y paseó sus manos por toda la espalda hacia a sus hombros, bajó desde éstos pasando por su cuello al centro del pecho. La causalidad quiso que ella también hubiera elegido una camisa, sencilla, oscura, con cuadritos regulares y ordenados en fila (ya no lo olvidaría); desabrochó el segundo botón dejando al descubierto el escote que ya se adivinaba antes y jugueteó con los dedos, entreteniéndose entre botón y botón. Cuando la hubo abierto del todo posó las manos en su cintura, la atajo hacia sí, la besó en el cuello bajo el lóbulo de su oreja; ella levantó un poco la cabeza, ofreciéndoselo; sintió un escalofrío; suspiró de placer y cerró los ojos para sentir la labios que la recorrían hacia abajo, en dirección a su pecho. Tembló, se agarró a él y sintió ese cosquilleo recorriéndola.
Cuando llegó a su pecho le dio un último beso, largo e intenso, después acercó sus labios al oído de ella y le susurró:
- ¿Subimos, cariño?
- Sí, por favor.

Así, a través de la tenue luz que se filtraba desde la calle, caminaron conforme estaban la corta distancia que los separaba del ascensor, pulsó el botón para llamarlo y cuando se abrió la puerta, sin decirse absolutamente nada entraron juntos.


Continuará...

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