Escapar

Alejarse en busca de cercanía. 
Mirarse reflejado en el cristal de la ventana y entender que cada nueva arruga en la piel son los surcos trazados en busca de un camino por el que andar seguros y sin miedo. Tropiezos que enseñan que las vicisitudes de cada tiempo son lecciones aprendidas; piedras apartadas para no volver a tropezar.

Ella decidió que cuando todo duele alrededor es mejor escapar, arrinconarse como un mimo que tiembla en la penumbra, abrazo a sus rodillas, por temor a no saber contagiar sonrisas. Aprendió de la forma más cruel que la crueldad a veces viene de quienes solo cabe esperar apoyo incondicional, y se sintió más sola que nunca.

Se vio desconsolada cuando el consuelo que buscó le fue esquivo.
¿Qué sabe nadie sobre lo que uno lleva por dentro?

Miraba buscando unos ojos de comprensión donde antes la hubo, pero le fueron negadas esas miradas que te dicen aquí estoy, caminando junto a tí aunque decidas coger el sendero más escarpado.
Se sentó frente a la encrucijada, bajó la vista al suelo y lloró porque la elección implicaba todo lo bueno y todo lo malo del mundo a la vez.

Buscaba donde antes siempre había encontrado, y solo hubo vacío.
Los puzzles se resuelven mejor con ayuda; extendió su mano ofreciendo las piezas de una vida descompuesta que no conseguía encajar y le dijeron apáñate tú. Así que se escondió donde nadie podía alcanzarla y hacerle daño, y dejó el rompecabezas a medias, sin fuerzas para recomponerlo.

Se preguntó mil veces en qué había fallado, odiándose a sí misma por sentir, por no saber controlar lo que para otros parecía tan fácil.
La pantalla de su teléfono no dejaba de escupir consejos y reproches, hasta que lo apagó y volvió a ver su rostro lloroso reflejado.
El mundo a su alrededor se nubló y las lágrimas emborronaban un horizonte que siempre debió ser nítido. 
Estaba rodeada de un cariño envenenado y cruel que la instaba a no desviarse de lo correcto bajo la velada amenaza de una indiferencia devastadora.

Se tiñó el alma de tonalidades discretas y decidió maquillarse las penas con sonrisas para que nadie viese la melancolía asomando bajo aquella porcelana pulida artificialmente. Y pintó de un rosa claro, alegre y algo desteñido los labios de esa perenne alegría ficticia para ocultar, incluso a sí misma su propio engaño.
Debajo, las arrugas de su madurez y sabiduría pugnaban por aflorar y decir al mundo que aquello era la vida, pesara a quien pesara, y que nunca el color de las alas que uno elige y la dirección hacia dónde volar debería ser cuestionado.

Una mañana escribió sus deseos y los envió para dejar constancia de ellos, para que estuviesen a buen recaudo y no se olvidasen. Los escribió con todo el cariño que sentía y con toda la valentía del mundo, deslizando su mano como a través de una caricia sobre piel suave; se vació con palabras sintiendo cada letra como un impulso hacia el lugar al que quería volar; acarició la idea de verse liberada de pesares y por un momento se pudo ver siendo feliz.

Cuando volvió a la realidad de su presente y sintió de nuevo sobre su rostro aquella máscara con la falsa sonrisa dibujada, tuvo la certidumbre de que la felicidad va casi siempre ligada a la valentía, y un pequeño punto de luz se abrió paso entre la bruma.

Un instante. Una brizna de calidez entre el frío desánimo; y el desánimo volvió porque la responsabilidad y el remordimiento puede a veces más que aquella valentía. Y olvidó de nuevo hacia dónde quería volar. Y olvidó recordar que las palabras que había escrito permanecerían ahí siempre, siempre, en alguna lejana memoria.

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