Desquitar(nos)

Apoyó la cabeza en la almohada, tumbado, casi sin respirar, y observando la sinuosidad de sus curvas se preguntó por qué es tan extraña a veces la mente humana.

Siempre, durante todos los años que la conocía había pensado que la atracción que sentía por ella era puramente sexual. Despertaba su libido hasta límites insospechados; le hacía imaginar situaciones de todo tipo cuyo final era todas las veces el mismo: una explosión descontrolada de espasmos musculares concentrados en el centro de todos sus deseos. Y su imaginación iba muy lejos. Aunque repitiese el final, siempre cogía distintos caminos.

Lo extraño al principio es que nunca se hubiera imaginado la situación que tenía ahora ante sí como algo real. Nunca por las circunstancias, suyas y de ella; y porque siempre la vio inalcanzable.
Y sin embargo, giros del destino ahí estaba, tumbada en su cama, completamente desnuda, ligeramente ladeada; piel bronceada, suave, con el contorno del bikini ligeramente marcado en un tono más claro; algo que siempre le había resultado morboso.
Ella lo miraba sin decir palabra, él observaba el movimiento de su pecho por cada inspiración-espiración, la cabeza apoyada sobre su mano, el pelo cayendo sobre el brazo que a su vez apoyaba en la cama. La otra mano sobre su propia cadera, apoyada, despreocupada, sin prisa. Tenía un gesto divertido, paciente.

Hacía algún tiempo que algo empezó a cambiar. La amistad traviesa que siempre tuvieron se tornó en observación más profunda de su interior; en cómo es la persona en realidad. Y les empezó a gustar lo que descubrían. Poco a poco, sin perder el deseo lascivo que, lejos de cambiar aumentaba, fueron internándose en los pormenores de la persona; datos; un torrente de intercambios de información cuya consecuencia fue que el conocimiento del otro aumentó de forma exponencial, hasta el punto de lograr una complicidad difícilmente comparable; secretos inconfesables; confidencias guardadas en el fondo del cajón más recóndito de su mente; debilidades, llantos y malos momentos de sus pasados. Se estaban convirtiendo en amigos. Pero no puede ser, porque el deseo está ahí. ¿follamigos? Déjate. Esto es más profundo.

Y allí estaban; ni siquiera sabía cómo había ocurrido, pero pasó, o no, porque aún no había pasado nada. Y eso es lo que más le extrañaba. Mientras la miraba temblaba de deseo; pero un deseo distinto a la atracción salvaje que había imaginado tantas veces. Tenía, dios me perdone, el deseo de mimarla, acariciarla, cuidarla; tratarla como si en cualquier momento se fuese a romper. Sí, es lo que había experimentado últimamente cuando hablaban; era lo que sentía al pensar en ella. Así que ahí estaba, mirándola mientras ella lo observaba divertida; paciente, desnuda, preciosa.
Las arrugas de las sábanas entre ambos se le antojaban cordilleras. Olía a desnudez, a deseo. Pensó hacerle alguna foto porque en esa pose estaba espectacular, pero no era el momento de pensar en fotos.
Estaría todo el día mirándote; quiero hacerme un mapa mental de cada centímetro de tu cuerpo para grabarte así en mi cabeza; cada lunar, cicatriz, curva. La forma exacta de tus caderas, tus rodillas, tus tobillos. El tono de tu piel y el tamaño exacto de la marca del bikini.
Ella solo sonreía; le encantaba escucharle hablar, más aún cuando le decía ese tipo de cosas.

Se fue acercando lentamente, la vio aumentar su sonrisa sin mover un solo músculo más. Llegó hasta donde estaba y, sin rozarla siquiera acercó su boca a la de ella y la besó con extrema suavidad, con un ligerísimo roce de labios; los entrelazaron, sintiendo el contacto suave y carnoso, buscándose con la lengua, con mucho cuidado. Permanecieron besándose sin tocarse durante un rato, cada vez con más intensidad, casi en la misma posición en la que estaban, como si les diera miedo moverse y estropearlo.

Habían llegado hasta ahí de una manera tan imprevisible y extraña que ni se plantearon cuestionar los caprichos del destino.

Se separó unos centímetros de su boca, volvió a mirar con cara divertida su divertida sonrisa. Continuaba sin hablar, como si ese cuerpo desnudo formase parte de un sueño, pero la había besado y la prueba de que era real ya la estaba notando más abajo.
Estiró un brazo para acercar sus dedos al voluptuoso cuerpo que le esperaba, posó la punta de índice y anular sobre su hombro, después el resto y los fue deslizando hacia abajo. Notaba el calor que emanaba de ella transmitiéndose desde su mano hasta todo su ser, miró sus labios carnosos y la volvió a besar mientras la acariciaba hacia abajo, jugando al cosquilleo, con ese deseo de cuidarla que no se iba. Y sin embargo quería más.
Dibujó con sus dedos el contorno de su cuerpo tumbado de lado, primero hacia abajo y después volvió a subir, moviéndose aquí y allá con caricias. Hacía calor, o tal vez era el calor que le transmitía. Posó la mano sobre su cintura, la deslizó hacia atrás y tiró de ella con fuerza hacia sí para pegarla a su cuerpo, que se dejó hacer y cambió de postura, pasando su brazo por detrás de la espalda de él, que después deslizó hacia abajo recorriéndola delicadamente. Ambos cuerpos quedaron solapados, piel con piel desde la cadera hasta el pecho, piernas entrelazadas, respiraciones cruzadas, labios a un milímetro. De nuevo un beso, esta vez con más ansia; la mano de él seguía en la espalda de ella, a la altura de la cintura, atrayéndola con fuerza; la de ella apoyada en la nalga de él, apretando y jugando. Besos húmedos, juegos de lengua, calor compartido; palabras, ahora sí, susurradas; deseos y anhelos contenidos durante años; toneladas de dinamita acumulada.
Y finalmente dieron fuego a la mecha.

Se giraron, quedando tumbada hacia arriba, él sobre su cuerpo; juntaron las manos sobre sus cabezas dejando caer todo su peso mientras deslizaba los labios por su cuello besando aquí y allá; lamiendo piel suave, bronceada y erizada, sintiéndola rozar la suya; y la respiración cada vez más agitada de ambos penetrando en sus oídos como música; trasladando la melodía guardada de esa explosión de deseo hasta el interior de su cerebro para ir vaciando sus ansias sobre el cuerpo del otro, a base de besos y jadeos.

Conforme avanzaban los segundos se iba despertando ese hambre voraz de sentir cada historia que había ido conformando en su cabeza siempre que pensaba en ella, y ella en él. Se había presentado su oportunidad de deshacerse los delirios juntos, no solo en palabras sino en hechos; y ambos tenían claro que lo iban a aprovechar aunque se les llevara el alma el diablo.


Desquitar(nos) - Parte II

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