Recuerdos salinos
El cuchicheo de las notas que traía el aire desde el horizonte bicolor transmitía versos que sonaban a tristeza.
Millones de granitos chocaban contra las rocas mustias, trasladando poco a poco las dunas de una arena que ya no lucía los adornos de las pisadas alegres y revoltosas; apagada, descolorida y triste, como las notas del viento y los sentimientos que se escondían tras la mirada melancólica de Alfonso, sentado en esas mismas rocas, inmerso en infinidad de recuerdos vividos justo donde ahora dirigía su vista, frente a él, desde esa improvisada butaca, como si pudiese volver a ver fotogramas de su infancia.
Todo había cambiado. Es la ley de la vida, esa que nadie nos explica pero comprendemos porque el paso del tiempo nos lo va mostrando.
Las tonalidades del mar cambiaban con el movimiento de las corrientes, bajo la luz de un sol esquivo y tímido que se asomaba sin ganas por entre el gris de un cielo apunto de llorar.
Detrás de Alfonso se abría ahora un vacío, el mismo que colmaba su interior; un vacío ocupado antaño por todo lo que fue su vida. Y a su alrededor, un paraje aceitunado parecía agradecerle tantas cosas que hasta se escuchaba murmurar mil gracias al contacto con la brisa.
Nunca había pensado que el lugar en el que nacieron tantos recuerdos pudiese hacer algún daño, pero otros habían decidido por él, y aquella decisión fue tajante y demoledora; como las máquinas que pusieron fin a décadas de añorada alegría, destruyendo piedra a piedra la viva imagen de sus preciados recuerdos.
Duele la nostalgia robada; aplastada bajo los escombros de las leyes humanas.
Alfonso oía reverberar las risas de muchos años atrás, entre castillos de arena y estrellas de mar, mezclados con los atronadores zumbidos de la excavadora que, lentamente iba desmontando el puzzle que formaba la parte principal de una estampa colorida y feliz; y mientras una lágrima resbalaba por su mejilla, cerró los ojos, respiró hondo para llenarse los pulmones de un embriagador aroma a paz pensando que la felicidad vivida es camino andado, y respondió al murmullo del viento susurrando que su casita se encontraría siempre en su interior, donde nadie podría llegar jamás para destruirla.
Y sonrió.
Millones de granitos chocaban contra las rocas mustias, trasladando poco a poco las dunas de una arena que ya no lucía los adornos de las pisadas alegres y revoltosas; apagada, descolorida y triste, como las notas del viento y los sentimientos que se escondían tras la mirada melancólica de Alfonso, sentado en esas mismas rocas, inmerso en infinidad de recuerdos vividos justo donde ahora dirigía su vista, frente a él, desde esa improvisada butaca, como si pudiese volver a ver fotogramas de su infancia.
Todo había cambiado. Es la ley de la vida, esa que nadie nos explica pero comprendemos porque el paso del tiempo nos lo va mostrando.
Las tonalidades del mar cambiaban con el movimiento de las corrientes, bajo la luz de un sol esquivo y tímido que se asomaba sin ganas por entre el gris de un cielo apunto de llorar.
Detrás de Alfonso se abría ahora un vacío, el mismo que colmaba su interior; un vacío ocupado antaño por todo lo que fue su vida. Y a su alrededor, un paraje aceitunado parecía agradecerle tantas cosas que hasta se escuchaba murmurar mil gracias al contacto con la brisa.
Nunca había pensado que el lugar en el que nacieron tantos recuerdos pudiese hacer algún daño, pero otros habían decidido por él, y aquella decisión fue tajante y demoledora; como las máquinas que pusieron fin a décadas de añorada alegría, destruyendo piedra a piedra la viva imagen de sus preciados recuerdos.
Duele la nostalgia robada; aplastada bajo los escombros de las leyes humanas.
Alfonso oía reverberar las risas de muchos años atrás, entre castillos de arena y estrellas de mar, mezclados con los atronadores zumbidos de la excavadora que, lentamente iba desmontando el puzzle que formaba la parte principal de una estampa colorida y feliz; y mientras una lágrima resbalaba por su mejilla, cerró los ojos, respiró hondo para llenarse los pulmones de un embriagador aroma a paz pensando que la felicidad vivida es camino andado, y respondió al murmullo del viento susurrando que su casita se encontraría siempre en su interior, donde nadie podría llegar jamás para destruirla.
Y sonrió.
Comentarios
Con lo que me quedo, con el final, que los recuerdos, los momentos, los lugares guardados, siempre vivirán en tu interior...
Precioso Oscar!!!
Un besote enorme, cuídate mucho y no te pierdas más!;)
besitossss
Saludos Oscar