Aprender del olvido
Todo resbalaba entre sus manos porque no era capaz de agarrar lo suficientemente fuerte; porque cambiaba de forma cuando lo creía sujeto, se desmenuzaba y comenzaba a desaparecer ante su mirada acostumbrada al desánimo de perder otra vez; y otra; y otra. Ya no había lágrimas en sus ojos, ni congoja bajo sus ropas. No disimulaba muecas de tristeza; las escondía tras la ficticia máscara de hilaridad que había forjado con metal y barro... duro y perecedero. El pasado se fue, el presente se está yendo y el futuro es incierto... dormía con ojos abiertos para no perder de vista cada instante, antes de verlo marchar con otra gota no derramada por sus comisuras, pues no afectaba ya el paso del tiempo en su roída piel. Vivir no es más que presenciar con más o menos atino, y recordar lo vivido sin caer en el olvido; tratar de seguir al destino para verlo otra vez marchar. Había hecho de sus ropas jirones, desgastado sus zapatos y encallado sus pupilas con el frio invierno en un caminar sin rumbo